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Cruza






Prólogo


Mi ilusión era inmensa, la primera fiesta de cumpleaños a la que asistía en mi vida, el primer acontecimiento al que invitaban. Estaba segura de que ese día marcaría un antes y un después. Y lo marcó.
                El coche iba por la autopista circulando cuando una moto cruzó la autopista de lado a lado. Mi padre dio un giro brusco al coche lo que desencadenó todo. Con la parte delantera chocó con un jeep que había al lado, otro golpe por la parte trasera lo que nos hizo girar todavía más. Un último choque en el lomo para que millones de trocitos de cristal volaran, dentro y fuera del coche.
                -¡PAPÁ!- grité mientras lloraba. Otro choque más y me caí hacia un lado. Rápidamente me levanté y volví a aullar- ¡PAPÁ!-
                Pero ya era tarde. Su cuerpo ya inerte yacía sentado en el asiento del conductor. De su cabeza salía un rio de aguar roja, sus ojos ya cerrados. Todo en él se había dormido.
                -¡PAPÁ!- volví a llamarle. Sacudí su cuerpo. No me iba a rendir. El me lo había dado todo. No podía acabarse así. Le abracé con todas mis fuerzas. Nadie me iba a separar de él, ni siquiera una estúpida moto. Ni siquiera la muerte iba a poder con el amor que le tenía.
                Alguien me agarró del brazo y tiró de mí. Pero no cedí. No iba a separarme. Pero su fuerza era demasiada y consiguió sacarme del coche. Me cogió en volandas y me llevó. Pero no separé la vista de mi padre.
                A mí alrededor un mar de llamas y coches destrozados se extendía hasta donde alcanzaba mi vista. Mis lágrimas salían de mis ojos.
                -¡PAPÁ TE QUIERO!- grité una última vez antes de que me metieran en una ambulancia y se me nublara la vista.


Capítulo 1
    
     Tal vez a la familia le viniera bien, bueno, sobre todo: Tal vez a mi madre le vinera bien. Pero da igual las razones, a mí nunca me pareció una buena idea.
         Daba igual cuantas veces me dijeran que si nos vamos de Washington DC nuestra vida mejoraría.  Ya todo daba igual.
         Nos íbamos a ir, a costa de mi felicidad o mi vida.
Pero aun así me lo merecía. Este viaje era únicamente para “sobrevivir”.
         Mi abuelo fundó una red de bancos alrededor del mundo (principalmente Norteamérica y Europa) y creó cuatro bancos especialmente grandes y emblemáticos en diferentes ciudades, uno para cada hijo. Mi padre tenía su gran banco aquí, en Washington DC. Era un gran negocio, se podía decir incluso que éramos ricos gracias a él. Toda la familia era rica gracias a él. Y como mi madre no trabajaba, ese banco y el trabajo de mi padre nos sostenían. Nuestra vida era perfecta.
         Pero nada es para siempre. Mi padre me llevaba en coche al cumpleaños de una amiga cuando sufrimos un terrible accidente frontal contra el coche de un borracho. No se puede decir que salí ilesa del accidente, pero salí viva, en cambio mi padre no corrió la misma suerte.
         Desde entonces mi madre ha estado muy distante y deprimida, no tenemos prácticamente dinero y tenemos una vida muy difícil. Y yo me culpo de todo: Si hubiera decidido no ir a la fiesta, mi padre no hubiera cogido el coche y un hubiera muerto.
         Sinceramente, ni la gente de la fiesta merecía la pena.
         Tras unos meses desde el accidente, la única solución posible que ve mi madre es irnos a Londres a vivir en casa del hermano de mi padre. Allí nos acogerían y “empezaríamos una nueva vida”
         A mí no me parecía una buena idea pero no me podía quejar. Todo eso era debido a la muerte de mi padre y a su vez la muerte de mi padre fue culpa mía.
      Mi madre me despertó de mis pensamientos llamándome desde el piso de abajo. Era la hora de irse. Cerré la maleta que estaba encima de mi cama y me senté en ella para poder correr las cremalleras con más facilidad. Cuando estuvo lista la bajé de mi cama y la situé medianamente cerca de la puerta. Mi madre volvió a gritar mi nombre. Me volví hacia mi escritorio, metí el móvil en el bolso, lo cerré, me lo colgué al hombro, cogí mi maleta por el asa y crucé la puerta de mi habitación. Bajé corriendo las escaleras y crucé el hall dispuesta a salir de la casa cuando paré en seco.
         No podía hacerlo. No podía irme de aquí y dejarlo todo.
         Me di la vuelta y observé mi casa. Era una casa preciosa. Un gran hall lleno de plantas y cristaleras. De este salía una escalera de mármol enorme que daba al piso de arriba en el que estaban las habitaciones. Y a la derecha del hall un arco  que daba al salón.
         La casa desprendía alegría. Me pasaron millones de recuerdos de mi padre en esta habitación jugando conmigo al escondite. Pero me paré en uno muy concreto: Fue cuando llegué a esta casa por primera vez. Tenía cinco años, iba vestida con un vestidito rosa, unas coletas y de mi mano colgaba mi oso de peluche. Al ver la grandeza de la casa sentí miedo, me aferré al oso abrazándolo con todas mis fuerzas y me di la vuelta dispuesta a escapar de aquella casa.
         Pero me encontré con mi padre que me cogió en volandas y me abrazó. Me susurró al oído: <<Cath. ¿Sabes que en esta casa vivió una princesa? Y escondió una gallina de chocolate para la siguiente princesa, que eres tú. ¿No quieres buscar la gallina?>>Me bajó de sus brazos y me dejó en el suelo. Poco a poco fui soltando el oso hasta tenerlo solo agarrado de una mano, entonces me ofreció su mano y me dijo: << ¿Te ayudo a buscarla?>>
         Yo la cogí y nos metimos en el salón a buscar la supuesta gallina.

         Me resbaló una lágrima por la mejilla. Esta casa era prácticamente lo único que teníamos de mi padre y estaba a punto de dejarlo.
         Mi madre me volvió a llamar.
         Esta vez agarré fuertemente mi maleta y abrí la puerta. Salí.
         John, el cochero me abrió la puerta del coche y cuando hube entrando la cerró metió mi equipaje en el maletero, lo cerró y se colocó en el asiento del piloto dispuesto a empezar mi tortura. El coche arrancó y avanzó por la avenida hasta una rotonda. Impulsivamente giré la cabeza para mirar mi hogar y posé una mano sobre el cristal.
         -Tal vez podamos volver- dijo Julieta. Ella es el ama de llaves, pero para mí siempre ha sido mi segunda madre: Me apoyo cuando no estuvo mi padre, alguien de confianza cuando mi madre cayó en depresión y, por supuesto mí mejor y más fiel amiga. Sabía que era raro tener una mejor amiga de cincuenta años, pero en el colegio y/o instituto tuve problemas con las niñas. Algunas se aprovechan de la riqueza de mi familia y en realidad yo no les importaba nada, otras en cambio me insultaban y me llamaban superficial por el dinero y otros tipos de agresiones. Y de alguna manera la única que de verdad me acepta por lo que yo soy es Julieta. Mi madre en cambio no se podía considerar una amiga, ella era una madre, y una madre es una madre. -La casa seguirá allí para cuando volvamos. Me refiero a que tu madre no la ha vendido Así que…
         -Gracias por los ánimos, pero nada va a cambiar como me siento.
         -Bueno solo trataba de….
         La abracé, con todas mis fuerzas y ella me acaricio el pelo con dulzura mientras me decía: <<Todo va a salir bien>> El coche siguió su camino por una autopista y tras unos minutos sin desviarse tomó una salida a la derecha que nos llevaba a una rotonda y esta nos lleva al aeropuerto. La separación total y definitiva de la vida con mi padre.

         Anduvimos por el aeropuerto un buen rato hasta que encontramos el avión. Primero subió Fernando, luego Margarita, más tarde mi madre y cuando tuve que pisar el primer escalón me bloqueé.
         Si seguía adelante, si subía al avión y si me mudaba a Londres la viva imagen de mi padre desaparecería. No le volvería a recordar andando por los pasillos de mi casa, porque esos pasillos ya no estarían. No le volvería a recordar jugando en el jardín, porque ese jardín no volvería a estar.
         -Catherine- me dijo con dulzura Julieta-, todos esos recuerdos de tu padre te persiguen, no quiero que te desprendas de ellos, es más, ojala nunca dejes de recordar así. Pero ir a Londres te mantendrá ocupada, harás nuevas amigas y a lo mejor incluso nuevos amores…
         -Pero eso no es lo que yo quiero.
         Derramé otra lágrima. Pero rápidamente la limpié. Sacudí la cabeza para dejar de pensar en todo aquello y me dispuse a subir la escalera. Lo hice rápido, de manera que no me lo pudiera pensar dos veces y volver atrás. Una vez arriba John y Margarita me llamaron desde unos asientos y me dirigí hacia ellos.
         Los asientos estaban colocados en parejas, hombro con hombro así a uno le tocaba ventanilla y al otro pasillo, pero a su vez las parejas de asientos estaban enfrentadas de manera que si te sentabas estarías cara a cara con el de enfrente  y entre las parejas de asientos había una mesita para depositar la comida.
         John y margarita estaban enfrentados, los dos pegados a la ventanilla. Yo me senté a lado de Fernando y Julieta se sentó en frente de mí. Nos quedamos todos callados un momento hasta cuando cerraron la puerta del avión, entonces Margarita masculló:
         -Bueno ya se puede pedir comida. ¿Qué pedimos?
         Margarita ha sido nuestra cocinera desde tiempos remotos, probablemente antes de que yo naciera. Era un poco cascarrabias y la verdad era que comía mucho, pero tenía un corazón muy grande. Nuestro personal (Margarita, Julieta yJohn) viven con nosotros, mi madre ha tenido que hacer una difícil decisión para ver quién nos acompañaba a Londres y también ha hecho lo posible para que las personas despedidas por la mudanza consiguieran un nuevo trabajo.
         El avión despegó. Me agarré con fuerza al asiento y un escalofrío me recorrió la espalda. <<Ahora ya sí que no hay vuelta atrás>> Pensé.
        

         Me fijé en que mi madre llamó a una azafata. No conseguí entender lo que hablaban pero en medio de la conversación mi madre me señaló. Cuando hubieron terminado de hablar la azafata se acercó a mí y me dijo:
         -Tu madre te llama, dice que quiere hablar contigo.
         Se alejó por el pasillo.
         Yo me levanté de mi asiento y me dirigí a donde mi madre estaba sentada. Ella se situaba en un conjunto de asientos exactamente igual que en el que estaban los demás pero ella estaba sola. Tenía el bolso en el asiento de al lado, en la mesa había una hamburguesa con patatas. Yo me senté en frente de ella, al lado de la ventanilla y la miré.
         -Te he llamado porque he decidido algo que me gustaría comentarte.
         Miles de opciones se me pasaron en ese momento por la cabeza. Ese he decidido no me sonaba nada bien.
         -Veras, yo sé que tu situación social no era muy buena en Washington. Y he pensado que tal vez…- lo que venía después no iba a ser bueno- Podrías ir a un internado.
         -¡¿Qué?!
         -Catherine es una buena idea, así conocerás a la gente del colegio más a fondo. Estoy segura que tendrás amigas yendo a este sitio.
         -O puede ser que no me lleve bien con la gente y entonces no sea un infierno todo el día, ¡si no también toda la noche!
         -Tranquilízate Catherine. Tu prima también va allí.
         -¡No me voy a tranquilizar! Esto es de locos.
         -Vamos a hacer un trato: Vas a estar en ese internado un año. Si no consigues ninguna amistad que valga la pena a año siguiente darás clase en casa como siempre quisiste.
         Me quedé pensativa un instante. No podía ir a un internado. No. Pero si aguantaba un año daría clase en casa. No sabía si podría aguantar un año entero. Era imposible. Pero no tenía opción.
         -Está bien. Pero si pasa algo realmente grave me sacarás de inmediato. ¿De acuerdo?
         Una sonrisa apareció en el rostro de mi madre. Éste reflejaba todo lo que había pasado. Pero no dejaba de ser un rostro agradable, estaba segura de que de joven fue muy guapa. Pero no se parecía nada a mí. Ella era rubia con  los ojos marrones, yo en cambio tenía el pelo marrón y mis ojos eran verdes  con un toque de azul, igual que mi padre.
         Mi madre asintió con la cabeza y después añadió:
         -Mira estos folletos- me dio unas hojas dobladas, los miré con atención, Colegio Hakins, decía, internado en Londres capital, con fantásticas instalaciones…Pero yo me salté todo el párrafo y me centré en la foto. Era una foto de un edificio antiguo, que parecía un castillo-, el internado es del siglo XVIII. Es un edificio precioso. -Este colegio tiene muy buena fama, dicen que los profesores son excepcionales.
         De repente se acercó una azafata con una hamburguesa en la mano y nos la sirvió. Cuando se hubo alejado pregunté:
         -¿Qué es esto? ¿Se habrá equivocado?
         -Valla se me ha olvidado comentártelo. Te he pedido una hamburguesa. Pensé que tendrías hambre.
         La verdad era que no tenía mucha pero la acepté y me la comí por no hacerle el feo a mi madre. Durante la comida mi madre me habló del internado y cuando terminó de comer cogió su móvil y se olvidó por completo de mí. Cuando hube terminado, me recosté un poco en el asiento y sin quererlo me quedé dormida.






Capítulo 2
     
   Cuando me desperté mi madre seguía con el móvil pero esta vez estaba hablando por teléfono. Giré la cabeza desconcertada para mirar por la ventana. El sol brillaba mucho menos que cuando nos montamos en el avión. <<Nuestro vuelo salía a las diez - pensé-, a las doce más o menos Margarita y los demás habían empezado a comer, o sea que como a la una-una menos cuarto mi madre me había llamado, hablamos más de un cuarto de hora, así que yo me habría dormido como a la una y cuarto o y veinte>>
    -Mamá-la llamé. Ella me hizo una seña con la mano diciendo que esperara. Tras un momento dijo:
   -¿Qué quieres hija?
   -¿Qué hora es?
   -Las cinco y media- me respondió y volvió a coger el teléfono.
   No podía ser. No era posible. Contando con mi aproximación y con l hora que había marcado mi madre había estado dormida cuatro horas. ¡Cuatro horas! Se supone que íbamos a llegar como a las diez y media de la noche con la hora de Londres. Todavía quedaba la mitad del viaje.
   Observé un instante a mi madre. Prácticamente no había soltado el teléfono en todo el día. No sabía quién estaba al otro lado del teléfono pero sinceramente, me daba igual. Pero entonces me di cuenta. En un avión no hay cobertura, de modo que no se puede llamar.
Mi madre se había vuelo loca.
Se despegó el teléfono de la oreja y dijo al teléfono:
          -Ya lo sé. Pero, tienes que entender que no podemos hacer nada  para que el avión vaya más rápido. A y, tía Maggie, ¿puedes decirle Estefan que ya he hablado con Catherine?
          Yo la miré con una cara de asombro esperado una explicación de por qué hablaba por teléfono sin cobertura.
          -A mi móvil puedes hablarle y él te escribe- dijo como excusándose.
          -Ah- fue lo único que añadí. Un sonido salió del móvil de mi madre y ella se volvió a pegar este a la oreja. Miré por la ventanilla. Un mar de nubes blancas se extendía hasta donde mi vista alcanzaba a ver. De fondo, una manta azul que cubría todo por debajo de las nubes. Al final el sol daba al cielo un tono anaranjado.
          Oí un chasquido. Giré la cabeza. Julieta se había cambiado de sitio, estaba en unos asientos que se situaban detrás de los de John y Margarita. Y estaba sola. Me hizo un gesto indicándome que me acercara. Miré a mi madre, no parecía que le importara mucho que me fuera, así que acepté la invitación de Julieta.
          Me senté en frente de ella. Me miró muy atentamente. Casi examinándome.
          -¿Qué?- pregunté extrañada.
          -Has hablado con tu madre de lo del colegio
          -¿Lo sabes?- me sentí decepcionada, sorprendida y enfadada. Todo a la vez. Era un sentimiento muy extraño- ¿Desde cuándo? ¿Por qué no me lo contaste? Pensé que podía confiar en ti.
          Julieta ha sido desde siempre la persona más cercana a mí. Nunca ha habido una cosa que no nos contáramos. Pero, ¿por qué me ocultó algo tan gordo como esto?
          -No era mi intención. Ni si quiera debería haberme enterado. Yo pasé por el comedor, iba al salón. Cuando estaba a punto de cruzar el arco, oí a tu madre mencionar el nombre de tu tío, el de Londres- explicó-, así que me quedé en la pared escuchando la conversación. Cuando me enteré entré en el salón y le grité a tu madre. Le dije que estaba loca mandándote allí, que iba a ser un infierno para ti. Pero ella me pidió expresamente que no te contara nada porque nada estaba decidido. Pero en el fondo sabía que si.
          -¿Desde cuándo nos ha importado nada lo que dijera mi madre?- le contesté.
          -Bueno lo que yo quería saber es que le has dicho.
          -Al principio me negué, pero luego acabamos haciendo  trato: Pruebo un trimestre y si no consigo amistades el resto del curso lo hago en casa. Pero con la condición de que si lo paso realmente mal me sacará inmediatamente.
          Julieta reflexionó sobre mi respuesta hacia la propuesta. Y después añadió:
          -Si así lo quieres, así será- dijo decidida. Sacó una libreta de debajo de la mesa, era azul turquesa, con el borde marrón oscuro, iba adornado con un lazo, que supuse que había puesto ella. Luego sacó otra libreta, pero más corta y alargada, esta tenía rayas (azul, blanco, rojo, blanco…) Las observé un momento y luego la miré a ella y me dijo-. He decidido hacerte un regalo para cuando estemos lejos que te acuerdes de mí. Este – me acercó la libreta azul turquesa-, es un diario y este otro es un librito con papeles para cartas. Tu madre me ha dicho que se pueden mandar. ¡A sí!- sacó un montón de sobres que estaban sujetos por una cuerda que los rodeaba a lo ancho- Los sobres. Casi se me olvidan.
          No sabía que decir. ¿Enserio había servicio de correo en el internado? Cada vez me gustaba más. Arrastré el diario hacia mí, con cuidado lo abrí. Las páginas eran de un color crema suave y tenía unas débiles líneas en marrón para escribir. Lo cerré y cogí la libreta de las cartas. Lo abrí. Eran cartas normales, con el típico borde de rayas azules y rojas, dividido en dos por una línea una parte para escribir el mensaje y la otra para poner la dirección y el sello.
          -Gracias- fue lo único que se me ocurrió. Me cambié de asiento para estar más cerca de ella y la abracé. La echaría de menos en el internado.
          A mí no me hacía nada de gracia lo del internado pero la recompensa era demasiado jugosa: Yo siempre había querido estudiar en casa, sola, y estaba literalmente a un trimestre de conseguirlo. Creía poder aguantar un trimestre entero.
          -¿Qué hora es?- le pregunté a Julieta
          -Las seis y diez. Hay que ir diciéndole a margarita que pida la cena. ¿Vamos?-  me dijo y señaló la mesa donde estaban Margarita y John con un geste de cabeza. Me levanté, diario y libreta en mano y me dirigí a la mesa y me senté al lado de John.
         



          Pasaron las últimas horas del viaje entre risas, cartas y estupideces varias de Margarita. Hasta que a las diez y media se ejecutó el aterrizaje. Me abroché el cinturón de seguridad y el avión bajó hasta la pista. Cuando hubo parado abrieron la puerta del avión, la gente fue bajando tranquilamente, indiferentes e inexpresivos. Pero yo no. A la hora de bajar me paré y miré al frente.
          El cielo de un azul oscuro intenso, con pequeñas chispas e luz que lo adornaban y de vez en cuando alguna nube gris cruzaba el cielo. Un edificio se alzaba al final de la pista, a donde las masas parecían dirigirse. Las escaleras yacían imponentes bajo mis pies, de algún modo no paraba de pensar que si no bajaba tendría una última oportunidad de volver a mi vida anterior. Me agarré fuertemente a las barandillas. No. No quería bajar. Julieta posó su mano sobre mi hombro, se acercó un poco a mí oreja y me dijo:
          -Se fuerte pequeña.
          Esas tres palabras me transmitieron esa sensación tan extraña que tenía cuando estaba con mi padre: Superar seguir adelante con una sonrisa como él siempre hacía. Miré al frente. Con decisión bajé las escaleras, una vez abajo busqué a mi madre y, asegurándome de que Julieta andaba detrás de mí, me dirigí al edificio en busca de mi maleta.
          Llegamos enseguida al edificio. Julieta, John y yo esperamos a que llegaran las maletas y mi madre atendió el teléfono como siempre hacía. Tras unos minutos llegaron nuestras pertenencias, John me ayudó a coger la mía y también cogió la de mi madre que estaba demasiado ocupada con el teléfono como para darse cuenta de que había traído una. Y estábamos listos para salir, mi madre había llamado un taxi al que estábamos esperando ya en la calle. En un momento dado miré hacia atrás, vi como el avión despegaba de vuelta a Washington. Aparté los pensamientos negativos de mi mente y me hice un juramento a mi misma: No volveré a pensar en mi casa, tendré la mente abierta a las cosas nuevas y siempre con una sonrisa como solía decir mi padre.
          El viaje fue mucho más largo de lo que me esperaba. La dirección que le habían dado a mi madre procedía de una calle al borde de la ciudad, dónde todos esperábamos que se situara la casa. Pero para nuestra sorpresa, otro coche mandado por mi tío yacía aparcado a un lado de la carretera esperando nuestra llegada. Mi madre pagó y le dio las gracias al taxista y entre todos cargamos y descargamos las maletas de un coche a otro. Desde ese punto el viaje fue muy largo. Pasamos por montones de campos de cultivo, granjas e incluso algún que otro bosque, lo que llevó a deducir que la casa de mi tío estaba a las afueras, no en el centro como había supuesto.

          Tras un largo rato de viaje, tomamos una desviación que nos llevó directamente a una majestuosa mansión de campo. Tenía un aspecto rural, pero a la vez mucha elegancia, y un aire a mucha riqueza y superioridad. Un inmenso jardín rodeaba la casa, lleno de árboles arbustos y diferentes flores pulcramente colocadas. Una barbacoa y una gran mesa con sombrillas a un lado y al otro una gran piscina. Para acceder a la casa  había que sortear una pequeña rotonda, también adornada con flores. En las escaleras de la entrada nos esperaban el tío George, la tía Bárbara, el primo Max, la prima Alice y algunas personas encargadas del mantenimiento de la casa y la familia. Todos nos miraban con una gran sonrisa menos el tío George, que tenía cara de andar buscando algo en el interior de nuestro coche.
          En cuanto salí del coche prima Alice corrió a darme un abrazo. Obviamente se lo devolví. Alice era de mi edad, con su pelo de color miel claro casi rubio, sus ojos azules, su delicada piel pálida, su voz, todo de ella me hacía sentirme en casa, aunque nunca hubiera visto esta casa concretamente. Después de ella Max. También me abrazó. Alice y yo teníamos quince años y Max tenía diez, y a pesar de nuestra diferencia de edades nos llevábamos bastante bien. Bueno, a decir verdad Max y Alice peleaban de vez en cuando. La tía Bárbara se acerco a mi madre y más tarde a mí. Entre todos los empleados sacaron las maletas y las metieron dentro. Subimos las escaleras y entonces me pasó una cosa extrañísima.
          El tío George me puso la mano en el hombro y me dijo:
          -Me alegro mucho de que estés aquí.
          Me dedicó una sonrisa, e metió dentro de la casa y desapareció.





Capitulo 3
      Pasaron unos diez días desde nuestra llegada a la casa. Y solo quedaban dos para irnos al internado. La idea no me hacía demasiada gracia, pero mi prima Alice también iba a ir al igual que su hermano Max lo que prácticamente me aseguraba que no estaría sola. Desde que llegamos Alice y yo no hemos hecho más que estar en las habitaciones hablando, en la piscina o en los jardines paseando y también hablando. Alguna que otra vez jugábamos con Max a algún juego de mesa pero principalmente la activad era hablar pero nunca del internado ni de sus amigas.

                        El tío George se había mostrado muy amable conmigo durante mi estancia. Yo siempre le había tenido como un Hombre de negocios demasiado ocupado como para dedicarle tiempo a nadie. Pero parece que estaba equivocada. La tía Bárbara había estado mucho tiempo con mi madre, explicándole dónde estaba cada producto de la limpieza, la plancha, la lavadora y otras cosas útiles para el mantenimiento de la casa, porque resultaba que esa era solo su casa de vacaciones, en cuanto dejaran a sus hijos en el internado volverían a su mansión de ciudad y nos dejarían esta casa para muestra familia.

                        Una vez Alice me hablo de que los fines de semana era opcional volver a casa y el lunes regresar al internado de lo cual hable con mi madre y me explicó que la casa estaba demasiado apartada del centro y que a los tíos no les hacía mucha gracia tener que cuidar de mi, además de que ya habían hecho demasiados favores por nosotros. Así que no insistí.

                        Y sin darnos cuenta llegó el día de partida.



                        Ya teníamos todo empacado. Teníamos que salir muy de mañana para llegar al colegio. Desde aquí el trayecto era largo. Ni mamá ni los tíos iban a acompañarnos a la entrada así que Alice estaba despidiéndose debajo de sus padres. Yo ya iba a bajar la maleta pero decidí revisar mi habitación una última vez. Abrí los cajones de la mesilla y un cilindro anaranjado rodó hasta chocar con una de las paredes. Lo cogí con delicadeza. Era las pastillas que me tomaba en Washington cuando iba al colegio, me dejaban atontada y así no me afectaban tanto las ofensas de las otras niñas. Antes de que esas pastillas aparecieran en mi vida lo pasaba fatal yendo al colegio. Dejé el bote donde estaba cerré el cajón con fuerza y me dije a mis misma que si necesitaba ayuda recurriría a mi prima nunca a las pastillas. Bajé maleta en mano y rápidamente me despedí de John y Margarita que se quedarían allí con mamá y Julieta. Julieta. Corrí hacia ella la abracé con todas mis fuerzas. <<Acuérdate de mandar cartas a menudo>> me susurró. El tío George había llamado a chofer para que nos llevara y al parecer ya estaba en el coche esperándonos. Alice Max y yo nos montamos en el coche y saludamos a nuestros familiares desde el interior.

                        Me entró una inseguridad terrible. Julieta no iba a esta para darme consejos y si me pasa algo… ¿O si no les caía  bien? No podría escabullirme todo un trimestre.

                        Alice.

                        Ella sería mi salvavidas.

                       



                        El internado yacía imponente ante mí. Un gran cartel con el nombre Hakins colgaba de un arco de piedra que daba al colegio. Alice se mostraba muy alegre al ir entrando, no me extrañaba, ella tendía buenas amigas aquí y le haría ilusión verlas. Me fue indicando como llegar al edificio central, detalle a detalle como solía hacer ella. El internado era majestuoso, mucho más que en las fotos. Cruzamos por un gran portón  de madera hacía una gran sala con el suelo de mármol.  En un corcho, a un lado del gran recibidor, colgaban las listas que indicaban las personas que había en cada clase. Alice se puso a mirar las listas, en cambio yo no podía dejar de mirar al impresionante techo de la sala.

                        -Debe haber un error- dijo Alice muy preocupada.

                        -¿Cómo?- despegué mi mirada de la estancia y la fijé en las listas. Alice pasaba el dedo por los nombres al parecer muy concentrada.-¿Cuál es el error?

                        -Según estas listas- dijo mirándome-, nos ha tocado en distintas clases. En el mismo curso pero en distintas clases.

                        Un escalofrío me recorrió la espalda. Mi salvavidas acababa de hundirse. Me sentí fatal, la misma sensación que tenía cuando las niñas de Washington me acorralaban. Alice debió ver mi cara de desesperación porque rápidamente se apresuró a consolarme:

                        -Pero solo es para las clases, dormiremos juntas, con una amiga mía- Miró a su alrededor-. Deberíamos ir a la habitación ya, ha dejar las maletas. ¡Eh James!

                         Un chico de media altura con el pelo marrón se giró de inmediato. Al ver a Alice esbozó una sonrisa de oreja a oreja. Se acercó bastante rápido y abrazó a Alice. Cuando se separaron ella dijo:

                        -Cath, este es James uno de mis mejores amigos

                        -Y más listos- aseguró el- Alice esbozo media sonrisa.

                        -James esta es mi prima Catherine.

                        -Valla la legendaria prima de Alice- al parecer, sorprendido-. No sabes las maravillas que nos contaba Alice sobre ti.

                        Me ruboricé. Me metí un mecho de pelo detrás de la oreja y miré al suelo un instante. No pude evitar sonreír.

                        -¿Me harías un favor? Como a las nueve, ¿vendrías a enseñarle a Cath su clase? Le ha tocado en la tuya.

                        -Por supuesto- respondió con una sonrisa. Tenía pinta de ser un chico muy agradable- Bueno os dejo.

                        Y se fue.



                        La habitación era muy grande. Tenía tres camas individuales de madera. Unas cuantas estanterías y tres escritorios, (supongo que para hacer los deberes y estudiar) Mesillas, tres cestas para la ropa sucia, un corcho grande y algunos detalles más.

                        -Esta va a ser nuestra habitación. Ahora está un poco sosa pero Vanesa y yo guardamos complementos  en taquillas y traemos nuevos. En unos días esto parecerá mucho más acogedor.

                        -¿Vanesa?

                        -Si es mi mejor amiga, la que va a dormir con nosotras. Otra cosa hay una tienda de decoraciones en el patio interior si quieres…

                        -Yo no tengo dinero- le corté preocupada.

                        - Claro, no está permitido- se rió como si mi comentario fuera un poco estúpido-, hay una especie de puntos con los que compras cosas, y para ganarlos o sacas buenas notas o participas en competiciones o ayuda en el comedor. Nadie suele ayudar, la gente los gana por las notas o el deporte. Bueno, con esos puntos “compras” decoración, dulces u otro tipo de comida de la cafetería, más postre a la hora de comer o algunas otras cosas. Es un poco extraño

                        Me quede estupefacta. ¿Cómo iba a ganar yo los puntos? No se me daba bien el deporte, y mis notas no eran excepcionales y si nadie ayudaba en el comedor no iba a hacerlo yo.

                        Se abrió la puerta. Apareció una chica muy guapa con el pelo liso y marrón, unos ojos castaños preciosos y una sonrisa agradable nada mas entrar me miró:

                        -¡Espera, espera, espera! Adivino- se echo las manos a la cabeza y dijo- Catherine- esbozo una gran sonrisa.

                        -Si -dije débilmente.

                        -Alice nos habla mucho de ti. Dijo que eras guapa y veo que no se equivocaba- tras decir esto sonreí. Alice tenía amigos excepcionales. La chica pasó a saludar a Alice con un fuerte abrazo-. Por cierto, soy Vanesa.

                        -Encantada- dije. Me arrepentí de haberlo dicho. Había sonado a niña infantil e idiota. Hubo un momento de silencio. Alice y Vanesa se miraron.

                        -Hay que ir poniéndose los uniformes- miró el reloj de la habitación-, James llegara en unos quince minutos.

                        Fue hasta el armario seguida de Vanesa. Yo me acerqué levemente, lo justo para ver lo que había en el interior. Tres montañitas de ropa doblada cuidadosamente. Alice fue repartiendo el uniforme, en cuanto Vanesa  tubo el suyo, se fue corriendo al cuarto de baño gritando “¡Yo primero!”. Examiné mi montón, cuidadosamente fui sacando las prendas. El uniforme consistía en una falda lisa de color beige, una camisa blanca, una corbata a rayas diagonales  azules claras y oscuras, una torera pequeña de color azul oscuro, unos calcetines altos del mismo color que la chaquetita y unos zapatos negros.

                        Cuando llegó mi turno de cambio,  me puse el uniforme cuidadosamente, metí la camisa por dentro, la corbata recta, la chaqueta atada por los dos botones y otros detalles que no quería que el primer día dieran una mala impresión de mí. Cuando estuve lista salí.

                        -Valla, el uniforme te queda muy bien- dijo Alice alegre-, incluso mejor que a mi.

                        Las tres soltamos una risa tonta y unos minutos después llegó James:

                        -¿Está lista ya la señora?- dijo sarcásticamente metiendo medio cuerpo a través de la puerta. Cogí aire y con un gran <<si>> me despedí de Mi prima y su amiga y salimos al pasillo. James me observo durante un rato, como registrándome de pies a cabeza. Nos deslizamos por un pasillo bastante amplio hasta una puerta y entramos. Una pequeña clase con unas cuantas mesas y sillas una pequeña pizarra y algunas tizas tiradas por el suelo. James me indicó con la mano que entrara. Yo accedí obediente. Entonces se creó uno de esos momentos incómodos en que la persona a la que conoces se va a saludar a unos amigos y yo me quedo sola sin saber muy bien qué hacer. Gracias a dios apareció la que yo supuse que era la profesora y nos pidió que nos sentáramos. Como las mesas estaban agrupadas por parejas, me senté en una que estaba vacía.

                        -Bueno antes de nada yo soy la profesora Jecklins- anunció- Y soy una de las secretarias pero como la profesora que está a cargo de vosotros no ha podido venir yo voy a introducir un poco a los nuevos. Por cierto… ¿Hay algún nuevo?

                        Al oír la palabra <<nuevo>> me puse nerviosa. La profesora fijó la vista en mi por encima de le resto de la clase.

                        -¿Te apetece presentarte?- me sugirió. En el fondo no me apetecía nada pero no había escapatoria. Me dirigí al centro de la clase, al lado de la profesora y cuando todo el mundo me mirara la profesora me indicó que hablara:

                        -Em… Bueno, mi nombre es Catherine- dije con el tono mas bajo y de vergüenza que podía haber utilizado-, y yo…

                        -¿De qué colegio vienes?- me preguntó de nuevo

                        -Vengo del instituto  Morlon…- al ver la cara de extraño de los demás me dispuse a contar algo más pero enseguida me arrepentí e ello- Está, está…

                        Oí unas risas al fondo de la clase. Me ruboricé. No podía esta pasándome esto. No a mi. En aquel momento quería desaparecer.

                        -¡Eh, callaos! ¿No ves que está intentando hablar?

                        La voz procedía de una chica de pelo corto, rubio y rizado que estaba sentada sola en el medio de la clase. Le lancé una mirada de agradecimiento y terminé mi frase:

                        -Esta en Washington DC- la cara de asombre de la clase no tenía precio. Parecía como si fuera un extraterrestre. Se hizo un silencio absoluto en la clase.

                        -Valla que interesante- dijo la profesora mirándome-. ¿Y por qué viniste a Londres a vivir?

                        -Por la muerte de mi padre.

                        Por si quedaba algún sonido sordo del viento o de una mosca, mi última intervención acabó con él. Intente contener las lágrimas. Nadie hablo en unos instantes, ni siquiera la profesora. Más tarde me dijo:

                        -Gracias Catherine por tu aportación, puedes sentarte.

                        Me dirigía a mi sitio cuando la chica rubia que había mandado callar a la clas me paró y me susurró:

                        -¿Quieres sentarte aquí?- sin pensármelo dos veces me senté. No sabía porque, simplemente lo hice. Me miró a los ojos-. Por cierto, me llamo Mía.

                        Sonrió débilmente, forcé una cara de alegría pero no creo que lo hiciera muy bien. 






Capítulo 4

                       

                        Mía me fue enseñando todo el colegio después de clase. Lo único malo del paseo fue que no se paró en la biblioteca (que era mi parte favorita). Simplemente la nombro. Pero decidí que la visitaría por separado en algún rato libre. Acabamos en su habitación. Al parecer la su compañera de habitación anunció en el último momento que no iba a poder venir a sí que ella tenía “habitación propia

                        -Así que cuando quieras ya sabes, traes tus sabanas y te quedas a dormir.

                        Mía era muy alegre y graciosa, ya había podido levantarme el ánimo después de la presentación. Además a mi me parecía una chica excepcionalmente guapa, solo que su personalidad no era tan de princesa como su aspecto señalaba, yo definiría su personalidad como “Rokera”

                        - ¿Estás  segura de que eso se puede? Es decir, ¿Puedo cambiarme de habitación así a la ligera?

                        -Si, la verdad no creo que les moleste- se encogió de hombros. Me daba la extraña sensación de que con ella era más fácil hablar-. ¿Con quién duermes ahora?

                        -Con mi prima y una de sus amigas.

                        Se sentó en la cama.

                        -Ah. ¿Qué música te gusta?- Intentó sacar un tema, para eliminar la situación de no saber qué decir. Y lo consiguió:

                        -Pues me suelen gustar los artistas famosos. Los típicos.

                        -Algo así como los grandes éxitos?

                        -Si se podría decir así.

                        Soltó una gran carcajada.

                        -¿Alguna vez has escuchado buena música? ¿La buena de verdad?- negué con la cabeza- ¡Ja! Pues ya estamos yendo a la sala de ordenadores- se levantó de un salto cogió unos auriculares y me tiró del brazo hacia fuera del cuarto.



                        Nunca en mi vida se me habían dado bien los ordenadores. Nunca. Y veía como los dedos de Mía danzaban sobre las teclas y me dio pánico hacer un movimiento por lo que podría pensar. “¿Quién no sabe manejar un ordenador?”  Acerqué mi silla a la mesa dispuesta a probar a manejar el saco de tornillos que tenía delante. Posé mi mano sobre el ratón y seguí con la mirada la pequeña flecha que se movía por la pantalla. No sabía bien que hacer así que eché un vistazo rápido al ordenador de mi compañera. En la parte superior de su pantalla había un símbolo, busque el mismo en mi ordenador y pulsando dos veces saltó en mi pantalla una nueva pantalla blanca. En ella había un rectángulo fino y largo, lo señalé con la flecha y apareció una línea corta intermitente. Entonces mía, que debía de haber estado observándome, me dijo:

                        -Simplemente escribe música- mi cara debió de reflejar mi ignorancia por la tecnología- Trae, ya te lo escribo yo.

                        Durante un escaso minuto, Mía estuvo escribiendo y pulsando miles de cosas a una velocidad impresionante hasta que llegó un momento en el que me ofreció unos cascos:

                        -Toma ponte esto y escucha.

                        Obedecí y coloque cada uno de los pequeños auriculares en las orejas. Ella pulsó una última vez el ratón y la música empezó a sonar. Era una canción extraña, nunca antes la había oído y el cantante tenía una voz muy llamativa. Mía dijo algo pero la música estaba demasiado alta y no la escuche. Asentí intentando responder  y ella me mostro una pequeña sonrisa a un lado.

                        Entonces la música empezó a sonar cada vez más lejana hasta no poder percibirla. En mi mente apareció una imagen, como la de los ojos grises  de un gato negro, pero solo duro una milésima de segundo.  Después un dolor atroz se apoderó de mi mente. Rápidamente me quité los cascos, me levanté de la silla y me agarré la cabeza con las dos manos. Apreté con todas mis fuerzas pero y un pitido fuerte empezó a sonar.  Noté el tacto de Mía en mi hombro y todo el dolor se fue de una. Ella me dijo:

                        -Puede que la música no te guste pero, ¿No crees que ha sido un poco exagerado?-Hice caso omiso. Pasee la mirada por toda la sala buscando algo, no sabía muy bien que. Estaba desconcertada. Esa imagen… Se me había quedado grabada para siempre- Oye, ¿Estás bien?

                        -Si- respondí sin mirarla-.Es que, me ha venido un dolor y… Da igual.

                        Mía mostraba desconcierto, incluso induje que pensaba que estaba loca.

                        -¿Quieres ir a la enfermería? Tal vez allí te digan que te pasa.

                        -No. No, no, no. Estoy bien de verdad- Y era cierto, me sentía bien ya no había ni rastro de aquel ataque de dolor.





                        Llegó la hora de la comida. Mía había ignorado mi ataque durante todo el día, cosa que agradecía inmensamente. No sabía que me había pasado y era mejor olvidarlo.  El comedor era un gran espacio abierto con muchas mesas algunas en forma circular otras rectangulares, con capacidad desde tres personas hasta seis. Por otro lado estaba la barra donde estaban los platos de comida. Cogí una bandeja   y me dispuse a coger la comida. Había una gran variedad de comida entre la que yo elegí pasta y algo de carne, de postre fruta y me dirigí a la mesa donde estaba comiendo Mía. Mi prima, Vanesa y James se sentaron en la mesa de al lado yo les ofrecí  sitio en la nuestra que, era una mesa grande, y pretendía presentarles a Mía. Pero descubrí que ya se conocían por las miradas asesinas que se dedicaban mutuamente. Mía les apartó la mirada y me dijo:

                        -¿Les conoces?

                        -Sí. La rubia es mi prima.

                        -¿Alice es tu prima? ¿De verdad?- asentí ligeramente-Mira, no es por meterme con ellos pero el año pasado no fue muy agradable con ellos.

                        -¿Qué pasó?

                        -Es una historia un poco larga. Lo importante es que ellos eran mis mejores amigos y me traicionaron de la peor manera posible-. Lanzó una sonrisa diabólica- Y se la devolví.

                        No pude decir nada. No cabía en mi cabeza la idea de que mi prima fuera mala con alguien, para mí era casi imposible. Hundí el tenedor en la pasta y empecé a comer. La comida sabía estupendamente, no sabía si era por el hambre o porque de verdad sabía bien. Levanté un poco los ojos y vi un chico que tenía la mirada fija en mi. Era de nuestra edad, tenía el pelo castaño, unos ojos azules oscuros y una mandíbula muy afilada. Estaba sentado con otro chico rubio en uno de los lugares más apartados. Mi compañera de mesa siguió mi mirada hasta el mismo punto.

                        -¿Le conoces?- me preguntó.

                        Sacudí la cabeza y el chico fijo su mirada en Mía esta vez y luego en su comida. A lo que mi amiga respondió:

                        -¡Te ha mirado! ¡Y no era nada feo! A mí me gusta más su amigo. ¿Qué te parece si hablamos con ellos después de comer?

                        -¿Estás loca? Si ni siquiera les conocemos- Ella soltó una risa tonta.

                        -No hay mejor momento para hacerlo.

                        -Ni de broma.

                        -Se nota que en Washington no sabían divertirse.

                        Ella se rió un poco pero a mí no me resultó del todo gracioso. Ese último comentario me hizo pensar en mi antigua casa y en la nueva. Este internado. Cuando terminamos de comer nos dimos un paseo por el jardín del colegio, durante ese tiempo estuvimos hablando de nuestras vidas anteriores, sobre todo sobre la mía. Al principio me dio la sensación de que estaba intentando averiguar algo sobre mi ataque repentino en la sala de ordenadores lo que me incomodó un poco, pero es seguida aparté ese pensamiento de mi cabeza y supuse que preguntaba por pura curiosidad y para establecer confianza.

                        Después del rato libre de la comida yo me esperaba un par de clases antes de nuestra total libertad, o por lo menos hasta el día siguiente. Luego averigüé que el primer día lo dejaban sin clases para que los alumnos nuevos se instalaran y conocieran el centro. Empezó a refrescar y decidimos meternos en la habitación de Mía para seguir nuestra conversación. Pasamos por unos soportales y me fijé en un chico que estaba totalmente solo apoyado en una pared. Su cara indicaba tristeza y soledad por lo que deduje  que era nuevo. En un momento dado se me ocurrió acercarme y darle conversación pero la cara de asco que me dedicó me echó para atrás.  Mientras subía las escaleras un horrible pensamiento apareció en mi cabeza: “Si la profesora no me hubiera sacado a hablar, yo no me hubiera bloqueado, aquel chico no se habría reído de mi, Mía no me habría defendido y no la hubiera conocido por lo que mi destino podría haber sido parecido si no fuera por Alice





                        El baño de la habitación era un sitio pequeño incluso claustrofóbico, un pequeño plato de ducha, un váter y un lavabo con un espejo rectangular. La verdad es que mi prima y su amiga lo habían decorado y había quedado fantástico. Incluso había una alfombra rosa circular en medio. Me puse el pijama lo más rápido que pude, me lavé los dientes y me preparé para la mayor sarta de preguntas sobre mi nueva mejor amiga que nunca haya podido imaginarme. Pero de algún modo cuando salí cada una estaba ocupada en sus cosas y ni me prestaron atención. Alice estaba en el piano, un pequeño teclado sujeto por unas patas cruzadas que debía de haber puesto hace poco, tenía unos cascos puestos que se conectaban al piano y aislaban totalmente la música. Vanessa en cambio estaba tendida en la cama con el móvil.

                        Me acerqué a mi cama sin hacer mucho ruido y saqué de debajo el diario, las cartas y los sobres de Julieta. Le escribí una carta a Julieta sobre mi primer día, mi nueva mejor amiga y el choque que tuvo con Alice y su pandilla por una antigua confusión. Ni se me pasó por la cabeza mencionarle el ataque de dolor de aquella mañana, no quería preocuparles de esa manera. La metí en el sobre y la dejé en uno de los cajones de la mesilla para mandarla a casa en cuanto pudiera. En cambio en el diario lo escribí todo, desde mi llegada hasta cuando me senté a escribir el diario pasando por el dolor. Todo. De alguna manera quería dejarlo todo reflejado. Cuando hube terminado guardé el diario en la maleta, saqué un libro que me había traído de casa y me puse a leer.

                        Hubo un momento en el que Alice y Vanessa, al igual que yo se metieron en la cama y apagaron las luces de sus mesillas. Yo no quería molestar así que las imité. Justo cuando me iba a quedar dormida Vanessa me preguntó:

                        -Catherine, ¿Mía te trata bien?

                        No sabía que significaba realmente, ni con que intención iba pero respondí un simple si y me dormí.






Capitulo  5
      -El gato apareció de la niebla y caminaba ligero sin apartar la mirada de mí. Cuando estuvo sufrientemente cerca se abalanzó sobre mí desapareciendo en el momento del choque. El dolor. Volvía a aparecer. Y esta vez con un pitido mucho más profundo, parecía taladrarme la cabeza. Su imagen volvía a estar en mi mente. Esos ojos grises y su pelaje negro. La visión se transformó en unos ojos humanos dorados, amenazadores que me susurraban: “No podrás resistirte” Abracé mi cabeza con las manos y me concentré en echar esa sensación de mí.-
                        Y me desperté. De un salto salí de la cama y sudorosa me pasee por la habitación.  Esta totalmente aterrorizada. Una imagen me perseguía y aparecía hasta en mis sueños. ¿Qué me estaba pasando? Tenía ganas de llorar.
                         Ya había amanecido, pero no era lo suficientemente tarde para que el despertador de Alice sonara. Mis compañeras de habitación seguían dormidas, y con propósito de no interrumpir su sueño, fui al baño de puntillas. Me apoyé en el lavabo y me observé ante el espejo. Mis ojos estaban a punto de salirse de sus cuencas, incluso me parecía ver el verde que antes solía haber había cambiado. Mi pelo marrón  totalmente enredado me hacía mucho más aspecto de loca. Me enjuagué la cara, mi aspecto no cambió pero me sentí mejor al disminuir la temperatura de mi rostro.
                        Di por seguro el hecho de no poder volver a la cama. Así pues, sin ganas de perder el tiempo mi primer día de clase, cogí mi uniforme, me di una ducha y salí de la habitación directa a mi taquilla. Mía me había indicado más o menos la localización del pasillo de taquillas, aún así me costó un tiempo encontrar la mía. La llave estaba colgada del asa, la metí en la cerradura, me la guardé en el bolsillo y pasee la vista por el interior. Un estuche gris, unos cuantos bolígrafos  y lápices, cuadernos y los libros necesarios. Como no me cabía todo el material en las manos, llené el estuche con los bolígrafos y lápices y cogí un cuaderno. “Lo suficiente para enterarme de todo y tomar apuntes pero sin llevar todo el material.” Pensé. Y con lo necesario salí del pasillo hacia mi primera clase: Historia.
                        En el paseo conseguí ver la hora, quedaba un cuarto de hora para el principio de las clases. Alice y Vanessa debía de estar levantándose. Me avergoncé de mi misma por el hecho de irme sin avisar. Debían estar preocupadas. Como aún no conocía el colegio. Anduve por muchos pasillos para dar con el aula de historia. En un momento dade tuve que girar al la dereche lo que me condujo hasta la puerta de la biblioteca. Ya estaba abierta. He de confesar que durante mi corta estancia en el internado había querido entrar allí. Crucé la puerta y me encontré en una gran sala antigua llena de estanterías. La sala tenía unos quince metros de alto y para llegar hasta el suelo había que bajar por una escalera de caracol a la que se accedía desde la entrada. La biblioteca no tenía pisos, bueno,  algo así como si hubiera un piso con un agujero enorme en el medio que permitía acceder hasta las estanterías de la parte alta pero no lo suficiente mente anchos para considerarse un piso en sí.
                        Sin hacer mucho ruido, fui paseándome por las filas de estanterías. Llegué a una zona donde los libros tenían aspecto antiguo fui ojeando cundo una voz me dijo:
                        -Buena elección- me giré bruscamente y encontré una anciana que observaba el libro que yo estaba tocando. Su pelo  blanco estaba recogido en un moño bajo, llevaba unas gafas cuadradas y sus ropas eran algo anticuadas. No tenía un aspecto muy amenazador pero por alguna razón no pude mover un musculo-. Este es mejor pasillo de la biblioteca y ese concretamente-señaló el libro que tenía entre manos- es uno de los mejores ejemplares que tenemos aquí- me observó durante algunos segundos, después prosiguió- Es un libro difícil de entender, no solo por la forma de escritura sino por los mensajes que transmite. Pero si te atreves a leértelo…- <<Atrever, no es la mejor palabra para hablar de un libro pensé>>-Soy la señora Montrevil, bibliotecaria del internado. Tu eres…
                        -Catherine-dije tímidamente- soy nueva.
                        -Ya lo sabía- miró su reloj- las clases empezarán dentro de cinco minutos. Será mejor que vallas con tus demás compañeros. No quieras  llegar tarde el primer día.
                        -No señora- y me fui lo más rápido que pude.


                        -Bienvenidos a todos. Ya sabéis que este es el primer día de clases oficial y por tanto, esta es vuestra primera clase. Me presento: So la señorita Palen encargada de vuestra clase durante todo el curso. Hoy y solo hoy sustituiré a vuestra profesora de historia para presentaros el colegio.
                        Mía estaba sentada al mi lado, ella estaba bastante distraída pero yo no quería perderme la primera explicación del curso. Mas no pude.  A los cinco segundos de que la profesora empezara a hablar mis pensamientos se desviaron de vuelta al gato y mis ataques. Hasta ahora no había tenido un minuto para pensar sin ser interrumpida por otras causas. Y ya que podía pensar con claridad vi que todo lo que me había pasado era una locura. Sinceramente cada vez que la imagen aparecía en mi mente me ponía tensa y una sensación de miedo me recorría el cuerpo. Me estaba viviendo loca.  Y luego el sueño. Me había parecido completamente real. Y lo recordaba con tanta claridad que había veces que dudaba de que fuera realmente un sueño. ¿Pero qué estaba diciendo? Claro que había sido un sueño. Un sueño y solo eso.
                        -Vi que toda la clase se levantaba de sus pupitres y se dirigía hacia la puerta y la señorita Palen recogió sus cosas y también se dispuso a marchar.
                        -¿Se ha acabado ya la clase?
                        -¡Qué va!- respondió Mía totalmente aburrida- Ahora toca la estúpida guía turística del colegio.
                        Y en efecto, así fue. Una caminata por todo el colegio (Jardines incluidos) en la que se oía la voz de la profesora de fondo contando cuando fue el colegio fundado, porque y por quién. Cuando volvimos al hall principal La señorita Palen nos dijo:
                        -Bueno aquí concluye la visita. Ahora dispondréis de media hora libre. Pero después deberéis ir al hall. Allí os recogerá la subdirectora. Ella os llevará a una de las aulas y explicara el funcionamiento del centro como el funcionamiento de los puntos.  Un último aviso: A esta hora en el comedor reparten galletas sin necesidad de gastar puntos.
                        Mia y yo salimos del hall hacia los jardines. Una vez allí nos sentamos bajo la sombra de un árbol y me explico el sistema de puntos:
                        -El sitema del que ha hablado la señorita Palen es algo así como las monedas del internado. Las ganas trabajando y las puedes gastar en lo que te apetezca.
                        -Algo así me contó mi prima. ¿No es muy complicado ganar puntos?-le pregunté.
                        -En realidad si y no. Si eres muy listo las notas te ofrecen un “sueldo” buenísimo. Si se te dan bien los deportes pasa un poco igual. Los que lo tenemos complicado (me incluyo)-dijo- son los que no somos muy listos y no destacamos en deporte. Nos tenemos que buscar la vida. Podemos ayudar en el comedor, trabajar en la cafetería…
                        -¿Es como un contrato?
                        - No exactamente-me respondió mi amiga- Los contratos son digamos, con una obligación de permanencia. Aquí es: Si ayudas veinte minutos en el comedor te dan no sé cuantos puntos. ¿Entiendes?
                        -¿Y si no quiero trabajar ni en el comedor ni en la cafetería?
                        -Se pueden robar
                        -¿Cómo?- dije atónita
                        -Es más sencillo de lo que crees. Los puntos se dan en papel, casi como billetes. De modo que solo hace falta ir a una de las tiendas de material despistar a el dependiente y coger todo lo que puedas de el cajón donde guardan lo que han ganado vendiendo. Vamos, no me pongas esa cara de desconfianza. Lo que ganan las tiendas se lo dan de nuevo al colegio y el colegio vuelve a repartirlo. Aun que robemos todos los puntos acaban en manos del director.
                        No me convenció la solución de Mía para cuando no te apetece trabajar pero no se la rebatí. No niego que no la fuera a usar. Fijé mi vista en los jardines. Todo estaba recubierto por una alfombra verde brillante y algún árbol esparcido por el espacio. Me gustaba mucho ese sitio. Pasaron por nuestro lado los dos chico que el día anterior nos miraron el comedor. El rubio me miró un segundo y cuando desvió sus ojos de mi sentí un pitido en lo más profundo de mis oídos, pero esta vez fue suave casi no me hacía daño. Entonces el chico de pelo marrón y ojos claros le pego un puñetazo cariños en el hombro y un segundo después ya no había pitido. Miré a Mía:
                        -Ya los he visto- dijo mirándoles- El rubio es todavía más guapo de cerca.
                        Yo, que seguí desconcertada por mi suave ataque. Había formado la idea en mi cabeza de que esos chicos tenían algo que ver con los pitidos, los dolores, los sueños la imagen… Me sentía aterrorizada ante la idea de que aquellos chicos pudieran hacer los que hicieron en la sala de ordenadores en cuanto se le antojara. Lo malo era que no sabía cómo impedirlo.
                        -Quiero hablar con él-aseguró Mía-.Necesito hablar con él.
                        Miré a mi amiga. Tenía la vista fija en el infinito. Su pelo rizado y dorado parecía brillar al igual que sus ojos castaños. Era una chica muy guapa. No sé por qué no tenía novio. Bueno en realidad no sabía si tenía novio.
                        -¿Alguna vez  has sentido un flechazo?
                        Me reí.
                        -No la verdad es que no- dije entre carcajadas. Apoyó su cabeza en el árbol en el que reposaba.
                        -¿Ni siquiera algo parecido?-me dirigió la mirada esta vez.
                        -No puedo saber si he sentido algo parecido si no lo he sentido.
                        -Tienes razón-asintió con la cabeza y suspiró. Es como, querer a una persona sin haberla conocido.
                        -Muchas chicas se enamoran de famosos que no conocen.
                        -No es lo mismo- hizo una pausa y miró donde estaban colocados los chicos-. Mira, el amigo de mi futuro novio te acaba de mirar.
                        Le miré y efectivamente tenía la mirada fija en mi.
                        -¿Te estás poniendo roja?-me pregunto mientras se le iluminaba la cara-. ¡A ti te gusta el amigo del rubio!
                        -Sabes que no es verdad- dije casi gritando.
                        Entonces sonó el timbre. Nos levantamos y nos dirigimos al hall como la señorita Palen nos había indicado.

                        Cuando crucé la puerta entendí la diferencia entre clase y aula. Una clase en una habitación llana, pequeña con unas cuantas mesas y una pequeña pizarra. Un aula era un espacio enorme, donde podrían caber sesenta alumnos. El lugar donde el profesor se situaba estaba a nivel del suelo, no como los asientos, que formaban medios círculos escalonados alrededor.  Desde todas las sillas se apreciaba una vista del centro privilegiada, porque no sufrías el típico problema de no ver la explicación porque el de adelante es muy alto o tiene la cabeza muy grande.
                        Mía  yo nos sentamos en unos de los asientos a mayor altura de toda la sala. Una señora con unas pintas extrañas  entro en el aula y se situó en el centro. Después dijo:
                        -Buenos días alumnos- su voz era algo aguda en insoportable-. Soy la señora Manden y vuestra profesora de literatura. Supongo que la profesora Faliner, nuestra subdirectora os trajo hasta aquí- hizo una pausa esperando respuesta pero no la obtuvo así que prosiguió-.  No sé si tenéis material para empezar la clase así que os presentaré la signatura y os diré lo que necesitareis para vuestra próxima clase.
                        -Catherine- me susurró Mía-, ¿me dejas una hoja?
                        -Si- arranque una hoja del cuaderno que me había cogido de la taquilla a las ocho y media de la mañana. Abrí mi estuche y le ofrecí un boli negro. Ella lo cogió y volvió su vista a la profesora. Yo cogí un boli azul y la imité.


                        Al terminar la clase me acerqué a la taquilla a dejar las cosas antes de la próxima clase. Saqué la llave de mi bolsillo, y abrí la puerta y dejé la hoja en la que había apuntado el material de literatura pero el cuaderno y el estuche  seguían en mi poder. De un lateral de la taquillas salió un pequeño papel, lo examine y descubrí un horario de clases. Me fui al martes y coincidía con las clases que había tenido por ahora. Lo volví a poner donde estaba y cerré la taquilla.
                        -¿Qué te ha pasado esta mañana?- me giré y encontré a mi prima con cara de preocupación.
                        -Una pesadilla-dije sin darle demasiada importancia.
                        -No me lo creo Chath- dijo muy enfadada- Escucha, puedes confiar en mi.
                        -¿De qué estás hablando?- dije totalmente desconcertada.
                        -Mí no es una buena persona y si te está obligando a algo..
                        -Espera- le corté a media frase-, Mía no me está obligando a nada, ella es mi amiga y claro que puedo confiar en ella. Me defendió cuando un chico se rió de mí el primer día.
                        Debió de sonar peor de lo que quise emitirlo. A mi prima no le gustaba la idea de que estuviese con su “enemiga” si se le puede llamar así.
                        -Solo te quería decir que no te fíes mucho de ella y que si te hace algo nos avises  ¿Vale?
                        -Vale. A un que no creo que sea necesario-eso último también sonó peor de lo que me esperaba- Escucha Alice, no va a pasarme nada. Es solo una amiga.
                        -Yo solo…-me dijo- No quiero que te pase como en Washington.
                        La abracé.
                        -Te echo de menos Alice.
                        -¿Te gustaría comer con nosotros algún día?
                        Me pensé la respuesta. No quería decir que sí porque entonces me comprometería y dejaría a Mía sola y si decía que no parecía que mi amiga me obligaba como ella falsamente suponía.
                        -Si claro, respondí finalmente.
                        -Vale-respondió y se alejó por el pasillo. Y yo, cuaderno en mano me fui a mi próxima clase: Química.
 

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