Capítulo 2
Cuando me desperté mi madre
seguía con el móvil pero esta vez estaba hablando por teléfono. Giré la cabeza
desconcertada para mirar por la ventana. El sol brillaba mucho menos que cuando
nos montamos en el avión. <<Nuestro vuelo salía a las diez - pensé-, a
las doce más o menos Margarita y los demás habían empezado a comer y mi madre me llamó, hablamos más de un
cuarto de hora, así que yo me dormí como a la una y cuarto o y
veinte>>
-Mamá-la llamé. Ella me hizo una seña con la
mano diciendo que esperara. Tras un momento dijo:
-¿Qué quieres hija?
-¿Qué hora es?
-Las cinco y media- me
respondió y volvió a coger el teléfono.
No podía ser. No era posible.
Contando con mi aproximación y con la hora que había marcado mi madre había
estado dormida cuatro horas. ¡Cuatro horas! Se supone que íbamos a llegar como
a las diez y media de la noche con la hora de Londres. Todavía quedaba la mitad
del viaje.
Observé un instante a mi madre.
Prácticamente no había soltado el teléfono en todo el día. No sabía quién
estaba al otro lado del teléfono pero sinceramente, me daba igual. Pero
entonces me di cuenta. En un avión no hay cobertura, de modo que no se puede llamar.
Mi
madre se había vuelo loca.
Se despegó el teléfono de la oreja y dijo al
teléfono:
-Ya lo
sé. Pero, tienes que entender que no podemos hacer nada para que el avión vaya más rápido. A y, tía
Maggie, ¿puedes decirle Estefan que ya he hablado con Catherine?
Yo la
miré con una cara de asombro esperado una explicación de por qué hablaba por
teléfono sin cobertura.
-A mi
móvil puedes hablarle y él te escribe- dijo como excusándose.
-Ah- fue
lo único que añadí. Un sonido salió del móvil de mi madre y ella se volvió a
pegar este a la oreja. Miré por la ventanilla. Un mar de nubes blancas se
extendía hasta donde mi vista alcanzaba a ver. De fondo, una manta azul que
cubría todo por debajo de las nubes. Al final el sol daba al cielo un tono
anaranjado.
Oí un
chasquido. Giré la cabeza. Julieta se había cambiado de sitio, estaba en unos
asientos que se situaban detrás de los de John y Margarita. Y estaba sola. Me
hizo un gesto indicándome que me acercara. Miré a mi madre, no parecía que le
importara mucho que me fuera, así que acepté la invitación de Julieta.
Me senté
en frente de ella. Me miró muy atentamente. Casi examinándome.
-¿Qué?-
pregunté extrañada.
-Has
hablado con tu madre de lo del colegio- sonó más como una afirmación que una pregunta.
-¿Lo
sabes?- me sentí decepcionada, sorprendida y enfadada. Todo a la vez. Era un
sentimiento muy extraño- ¿Desde cuándo? ¿Por qué no me lo contaste? Pensé que
podía confiar en ti.
Julieta
ha sido desde siempre la persona más cercana a mí. Nunca ha habido una cosa que
no nos contáramos. Pero, ¿por qué me ocultó algo tan gordo como esto?
-No era
mi intención. Ni si quiera debería haberme enterado. Yo pasé por el comedor,
iba al salón. Cuando estaba a punto de cruzar el arco de la puerta de la cocina, oí a tu madre mencionar
el nombre de tu tío, el de Londres- explicó-, así que me quedé en la pared
escuchando la conversación. Cuando me enteré entré en el salón y le grité a tu
madre. Le dije que estaba loca mandándote allí, que iba a ser un infierno para
ti. Pero ella me pidió expresamente que no te contara nada porque nada estaba
decidido. Pero en el fondo sabía que si.
-¿Desde
cuándo nos ha importado nada lo que dijera mi madre?- le contesté.
-Bueno lo
que yo quería saber es que le has dicho.
-Al
principio me negué, pero luego acabamos haciendo trato: pruebo un trimestre y si no consigo
amistades el resto del curso lo hago en casa. Pero con la condición de que si
lo paso realmente mal me sacará inmediatamente.
Julieta
reflexionó sobre mi respuesta hacia la propuesta. Y después añadió:
-Si así
lo quieres, así será- dijo decidida. Sacó una libreta de debajo de la mesa, era
azul turquesa, con el borde marrón oscuro, iba adornado con un lazo, que supuse
que había puesto ella. Luego sacó otra libreta, pero más corta y alargada, esta
tenía rayas (azul, blanco, rojo, blanco…) Las observé un momento y luego la
miré a ella y me dijo-. He decidido hacerte un regalo para cuando estemos lejos
que te acuerdes de mí. Este – me acercó la libreta azul turquesa-, es un diario
y este otro es un librito con papeles para cartas. Tu medre me ha dicho que se
pueden mandar. ¡A sí!- sacó un montón de sobres que estaban sujetos por una
cuerda que los rodeaba a lo ancho- Los sobres. Casi se me olvidan.
No sabía
que decir. ¿Enserio había servicio de correo en el internado? Cada vez me
gustaba más. Arrastré el diario hacia mí, con cuidado lo abrí. Las páginas eran
de un color crema suave y tenía unas débiles líneas en marrón para escribir. Lo
cerré y cogí la libreta de las cartas. Lo abrí. Eran cartas normales, con el
típico borde de rayas azules y rojas, dividido en dos por una línea una parte
para escribir el mensaje y la otra para poner la dirección y el sello.
-Gracias-
fue lo único que se me ocurrió. Me cambié de asiento para estar más cerca de
ella y la abracé. La echaría de menos en el internado.
A mí no
me hacía nada de gracia lo del internado pero la recompensa era demasiado
jugosa: yo siempre había querido estudiar en casa, sola, y estaba literalmente
a un trimestre de conseguirlo. Creía poder aguantar un trimestre entero.
-¿Qué
hora es?- le pregunté a Julieta
-Las seis
y diez. Hay que ir diciéndole a margarita que pida la cena. ¿Vamos?- me dijo y señaló la mesa donde estaban
Margarita y John con un geste de cabeza. Me levanté, diario y libreta en mano y
me dirigí a la mesa y me senté al lado de John.
En media
hora, tal vez algo más, hubimos terminado de cenar. Por megafonía nos dijeron
que podíamos desplegar unos televisores del lateral del asiento y nos
explicaron el funcionamiento y como usar los cascos para la película. Yo escogí una de amor, una película típica de instituto pero no
estuve atenta a ella. Durante la película estuve pensando en Londres, en cómo
sería la casa de mi tío, el internado u otras miles de dudas que tuve sobre mi
próxima vida en Londres. Una de las preguntas en la que más me paré a pensar
fue en si la gente sería igual que en Washington. Ojalá que no. Es decir, las
chicas en Washington eran horribles y no me quiero ver rodeada de la misma
gente.
El reloj
de la pantalla marcaba las nueve menos cuarto cuando terminé de ver la
película. Guardé la pantalla y los cascos y miré a Margarita. Tenía una baraja
de cartas en la mano, supuse que jugaba con John porque era al único de la mesa
que le gustaba tanto el póker como a ella. Pero aun así pregunté:
-¿A qué
jugáis?
-Al póker
jovencita el juego de cartas más maravilloso que existe en el planeta-
respondió Margarita con entusiasmo.
-Deja de
decir estupideces y juega- le dijo John impaciente.
-Vale,
vale. Relájate un poco, John.
Pasaron
las últimas horas del viaje entre risas, cartas y estupideces varias de
Margarita. Hasta que a las diez y media se ejecutó el aterrizaje. Me abroché el
cinturón de seguridad y el avión bajó hasta la pista. Cuando hubo parado
abrieron la puerta del avión, la gente fue bajando tranquilamente, indiferentes
e inexpresivos. Pero yo no. A la hora de bajar me paré y miré al frente.
El cielo
de un azul oscuro intenso, con pequeñas chispas e luz que lo adornaban y de vez
en cuando alguna nube gris cruzaba el cielo. Un edificio
se alzaba al final de la pista, a donde las masas parecían dirigirse. Las
escaleras yacían imponentes bajo mis pies, de algún modo no paraba de pesar que
si no bajaba tendría una última oportunidad de volver a mi vida anterior. Me
agarré fuertemente a las barandillas. No. No quería bajar. Julieta posó su mano
sobre mi hombro, se acercó un poco a mí oreja y me dijo:
-Sé
fuerte pequeña.
Esas tres
palabras me transmitieron esa sensación tan extraña que tenía cuando estaba con
mi padre: Superar seguir adelante con una sonrisa como él siempre hacía. Miré
al frente. Con decisión bajé las escaleras, una vez abajo busqué a mi madre y,
asegurándome de que Julieta andaba detrás de mí, me dirigí al edificio en busca
de mi maleta.
Llegamos
enseguida al edificio. Julieta, John y yo esperamos a que llegaran las maletas
y mi madre atendió el teléfono como siempre hacía. Tras unos minutos llegaron
nuestras pertenencias, John me ayudó a coger la mía y también cogió la de mi
madre que estaba demasiado ocupada con el teléfono como para darse cuenta de
que había traído una. Y estábamos listos para salir, mi madre había llamado un
taxi al que estábamos esperando ya en la calle. En un momento dado miré hacia
atrás, vi como el avión despegaba de vuelta a Washington. Aparté los
pensamientos negativos de mi mente y me hice un juramento a mi misma: No
volveré a pensar en mi casa, tendré la mente abierta a las cosas nuevas y
siempre con una sonrisa como solía decir mi padre.
El viaje
fue mucho más largo de lo que me esperaba. La dirección que le habían dado a mi
madre procedía de una calle al borde de la ciudad, dónde todos esperábamos que
se situara la casa. Pero para nuestra sorpresa, otro coche mandado por mi tío yacía
aparcado a un lado de la carretera esperando nuestra llegada. Mi madre pagó y
le dio las gracias al taxista y entre todos cargamos y descargamos las maletas
de un coche a otro. Desde ese punto el viaje fue muy largo. Pasamos por
montones de campos de cultivo, granjas e incluso algún que otro bosque, lo que
llevó a deducir que la casa de mi tío estaba a las afueras, no en el centro
como había supuesto.
Tras un
largo rato de viaje, tomamos una desviación que nos llevó directamente a una
majestuosa mansión de campo. Tenía un aspecto rural, pero a la vez mucha
elegancia, y un aire a mucha riqueza y superioridad. Un inmenso jardín rodeaba
la casa, lleno de árboles arbustos y diferentes flores pulcramente colocados.
Una barbacoa y una gran mesa con sombrillas a un lado y al otro una gran
piscina. Para acceder a la casa había
que sortear una pequeña rotonda, también adornada con flores. En las escaleras
de la entrada nos esperaban el tío George, la tía Bárbara, el primo Max, la
prima Alice y algunas personas encargadas del mantenimiento de la casa y la
familia. Todos nos miraban con una gran sonrisa . Todos, menos el tío George, que tenía
cara de andar buscando algo en el interior de nuestro coche.
En cuanto
salí del coche prima Alice corrió a darme un abrazo. Obviamente se lo devolví.
Alice era de mi edad, con su pelo de color miel claro casi rubio, sus ojos
azules, su delicada piel pálida, su voz, todo de ella me hacía sentirme en
casa, aunque nunca hubiera visto esta casa concretamente. Después de ella Max.
También me abrazó. Alice y yo teníamos quince años y Max tenía diez, y a pesar de
nuestra diferencia de edades nos llevábamos bastante bien. Bueno, a decir
verdad Max y Alice peleaban de vez en cuando. La tía Bárbara se acerco a mi
madre y más tarde a mí. Entre todos los empleados sacaron las maletas y las
metieron dentro. Subimos las escaleras y entonces me pasó una cosa extrañísima.
El tío
George me puso la mano en el hombro y me dijo:
-Me
alegro mucho de que estés aquí.
Y luego
añadió mentalmente: << Sé que eres especial, pero confía en mí todo saldrá
bien>> .Sabía que era imposible, pero había oído su voz en mi cabeza. Me
dedicó una sonrisa, se metió dentro de la casa y desapareció.
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