Capitulo 3
Habían pasado unos diez
días ya desde nuestra llegada a la casa. Y solo quedaban dos para irnos al
internado. La idea no me hacía demasiada gracia, pero Alice también iba a ir,
al igual que Max, lo que prácticamente me aseguraba que no estaría sola. Desde
que llegamos Alice y yo no hemos hecho más que estar en las habitaciones
hablando, en la piscina o en los jardines paseando y charlando. Alguna
que otra vez jugábamos con Max a algún juego de mesa pero principalmente teníamos largas conversaciones, aunque nunca del internado ni de sus amigas.
El tío
George se había mostrado muy amable conmigo durante mi estancia. Yo siempre le
había tenido como un hombre de negocios demasiado ocupado como para dedicarle
tiempo a nadie. Pero estaba equivocada. La tía Bárbara había estado
mucho tiempo con mi madre, explicándole dónde estaba cada producto de la
limpieza, la plancha, la lavadora y otras cosas útiles para el mantenimiento de
la casa, porque resultaba que esa era solo su casa de vacaciones, en cuanto
dejaran a sus hijos en el internado volverían a su mansión de ciudad y nos
dejarían esta casa para nuestra familia.
Una vez, Alice me habló de que los fines de semana era opcional volver a casa y el lunes
regresar al internado. Lo hablé con mi madre y me explicó que la casa
estaba demasiado apartada del centro y que a los tíos no les hacía mucha gracia
tener que cuidar de mí, además de que ya habían hecho demasiados favores por
nosotros. Así que no insistí.
Y sin
darnos cuenta llegó el día de partida.
Ya
teníamos todo empaquetado y guardado. Teníamos que salir muy de mañana para llegar al
colegio. Desde aquí el trayecto era largo. Ni mamá ni los tíos iban a
acompañarnos a la entrada así que Alice estaba despidiéndose en el piso de abajo de sus
padres. Yo ya iba a bajar la maleta, pero decidí revisar mi habitación una
última vez. Abrí los cajones de la mesilla y un cilindro anaranjado rodó hasta
chocar con una de las paredes. Lo cogí con delicadeza. Era las pastillas que me
tomaba en Washington cuando iba al colegio, me dejaban atontada y así no me
afectaban tanto las ofensas de las otras niñas. Antes de que esas pastillas
aparecieran en mi vida lo pasaba fatal yendo al colegio. Dejé el bote donde
estaba cerré el cajón con fuerza y me dije a mis misma que si necesitaba ayuda
recurriría a mi prima nunca a las pastillas. Bajé maleta en mano y rápidamente
me despedí de John y Margarita, que se quedarían allí con mamá y Julieta.
Julieta. Corrí hacia ella la abracé con todas mis fuerzas. <<Acuérdate de
mandar cartas a menudo>> me susurró. El tío George había llamado a un chófer
para que nos llevara y al parecer ya estaba en el coche esperándonos. Alice, Max
y yo nos montamos en el coche y nos despedimos de nuestros familiares desde el
interior.
Me entró
una inseguridad terrible. Julieta no iba a estar para darme consejos y si me
pasaba algo… ¿O si no les caía bien? No
podría escabullirme todo un trimestre.
Alice.
Ella
sería mi salvavidas.
El
internado yacía imponente ante mí. Un gran cartel con el nombre Hakins colgaba
de un arco de piedra que daba al colegio. Alice se mostraba muy alegre al ir
entrando, no me extrañaba, ella tendría buenas amigas aquí y le haría ilusión
verlas. Me fue indicando como llegar al edificio central, detalle a detalle,
como solía hacer ella. El internado era majestuoso, mucho más que en las fotos.
Cruzamos por un gran portón de madera
hacía una gran sala con el suelo de mármol.
En un tablón de anuncios, a un lado del gran recibidor, colgaban las listas que
indicaban las personas que había en cada clase. Alice se puso a mirar las
listas, en cambio yo no podía dejar de mirar al impresionante techo de la sala.
-Debe
haber un error- dijo Alice muy preocupada.
-¿Cómo?-
despegué mi mirada de la estancia y la fijé en las listas. Alice pasaba el dedo
por los nombres al parecer muy concentrada.-¿Cuál es el error?
-Según
estas listas- dijo mirándome-, nos ha tocado en distintas clases. En el mismo
curso pero en distintas clases.
Un
escalofrío me recorrió la espalda. Mi salvavidas acababa de hundirse. Me sentí
fatal, la misma sensación que tenía cuando las niñas de Washington me
acorralaban. Alice debió ver mi cara de desesperación porque rápidamente se
apresuró a consolarme:
-Pero
solo es para las clases, dormiremos juntas, con una amiga mía- Miró a su
alrededor-. Deberíamos ir a la habitación ya, a dejar las maletas. ¡Eh, James!
Un chico de media altura con el pelo marrón se
giró de inmediato. Al ver a Alice esbozó una sonrisa de oreja a oreja. Se
acercó bastante rápido y abrazó a Alice. Cuando se separaron ella dijo:
-Cath,
este es James uno de mis mejores amigos
-Y más
listos- aseguró el- Alice esbozo media sonrisa.
-James
esta es mi prima Catherine.
-Vaya, la
legendaria prima de Alice- al parecer, sorprendido-. No sabes las maravillas
que nos contaba Alice sobre ti.
Me
ruboricé. Me metí un mecho de pelo detrás de la oreja y miré al suelo un
instante. No pude evitar sonreír.
-¿Me
harías un favor? Como a las nueve, ¿vendrías a enseñarle a Cath su clase? Le ha
tocado en la tuya.
-Por
supuesto- respondió con una sonrisa. Tenía pinta de ser un chico muy agradable-
Bueno, os dejoque sigáis con vuestras cosas.
Y se fue.
La
habitación era muy grande. Tenía tres camas individuales de madera. Unas
cuantas estanterías y tres escritorios, (supongo que para hacer los deberes y
estudiar), mesillas, tres cestas para la ropa sucia, un corcho grande y algunos
detalles más.
-Esta va
a ser nuestra habitación. Ahora está un poco sosa, pero Vanesa y yo guardamos
complementos en taquillas y traemos
nuevos. En unos días esto parecerá mucho más acogedor.- me dijo con una sonrisa.
-¿Vanesa?
-Si es mi
mejor amiga, la que va a dormir con nosotras. Otra cosa hay una tienda de
decoraciones en el patio interior si quieres…
-Yo no
tengo dinero- le conté preocupada.
- Claro,
no está permitido- se rió como si mi comentario fuera un poco estúpido-, hay
una especie de puntos con los que compras cosas, y para ganarlos o sacas buenas
notas o participas en competiciones o ayuda en el comedor. Nadie suele ayudar,
la gente los gana por las notas o el deporte. Bueno, con esos puntos “compras”
decoración, dulces u otro tipo de comida de la cafetería, más postre a la hora
de comer, o algunas otras cosas. Es un poco extraño.
Me quede
estupefacta. ¿Cómo iba a ganar yo los puntos? No se me daba bien el deporte, y
mis notas no eran excepcionales y si nadie ayudaba en el comedor no iba a
hacerlo yo.
Se abrió
la puerta. Apareció una chica muy guapa con el pelo liso y marrón, unos ojos
castaños preciosos y una sonrisa muy agradable. Nada más cruzar el umbral de la puerta me miró:
-¡Espera,
espera, espera! Adivino- se echo las manos a la cabeza y dijo- Catherine-
esbozó una gran sonrisa.
-Sí -dije
débilmente.
-Alice
nos habla mucho de ti. Dijo que eras guapa y veo que no se equivocaba- tras
decir esto sonreí. Alice tenía amigos excepcionales. La chica pasó a saludar a
Alice con un fuerte abrazo-. Por cierto, soy Vanesa.
-Encantada-
dije. Me arrepentí de haberlo dicho. Había sonado a niña infantil e idiota.
Hubo un momento de silencio. Alice y Vanesa se miraron.
-Hay que
ir poniéndose los uniformes- miró el reloj de la habitación- James llegara en
unos quince minutos.
Fue hasta
el armario seguida de Vanesa. Yo me acerqué levemente, lo justo para ver lo que
había en el interior. Tres montañitas de ropa doblada cuidadosamente. Alice fue
repartiendo el uniforme, en cuanto Vanesa
tubo el suyo, se fue corriendo al cuarto de baño gritando “¡Yo primero!”. Examiné mi montón,
y cuidadosamente fui sacando las prendas. El uniforme consistía en una falda lisa
de color beige, una camisa blanca, una corbata a rayas diagonales azules claras y oscuras, una torera pequeña
de color azul oscuro, unos calcetines altos del mismo color que la chaquetita y
unos zapatos negros.
Cuando
llegó mi turno de cambio, me puse el
uniforme cuidadosamente, metí la camisa por dentro, la corbata recta, la
chaqueta atada por los dos botones y otros detalles. No quería que el primer
día tuvieran una mala impresión de mí. Cuando estuve lista salí.
-Vaya,
el uniforme te queda muy bien- dijo Alice alegre-, incluso mejor que a mí.
Las tres
soltamos una risa tonta y unos minutos después llegó James:
-¿Está lista
ya la señorita?- dijo sarcásticamente metiendo medio cuerpo a través de la
puerta. Cogí aire y con un gran "sí" me despedí de mi prima y su
amiga y salimos al pasillo. James me observó durante un rato, como
registrándome de pies a cabeza. Nos deslizamos por un pasillo bastante amplio
hasta una puerta y entramos. Una pequeña clase con unas cuantas mesas y sillas
una pequeña pizarra y algunas tizas tiradas por el suelo. James me indicó con
la mano que entrara. Yo accedí obediente. Entonces se creó uno de esos momentos
incómodos en que la persona a la que conoces se va a saludar a unos amigos y yo
me quedé sola sin saber muy bien qué hacer. Gracias a Dios apareció la que yo
supuse que era la profesora y nos pidió que nos sentáramos. Como las mesas
estaban agrupadas por parejas, me senté en una que estaba vacía.
-Bueno
antes de nada yo soy la profesora Jecklins- anunció- Y soy una de las
secretarias pero como la profesora que está a cargo de vosotros no ha podido
venir yo voy a introducir un poco a los nuevos. Por cierto… ¿Hay algún nuevo?
Al oír la
palabra nuevo me puse nerviosa. La profesora fijó la vista en
mi por encima del resto de la clase.
-¿Te
apetece presentarte?- me sugirió. En el fondo no me apetecía nada pero no había
escapatoria. Me dirigí al centro de la clase, al lado de la profesora y cuando
todo el mundo me estaba mirando la profesora me indicó que hablara:
-Em…
Bueno, mi nombre es Catherine- dije con el tono mas bajo y de vergüenza que
podía haber utilizado-, y yo…
-¿De qué
colegio vienes?- me preguntó de nuevo.
-Vengo
del instituto Morlon…- al ver la cara de
extraño de los demás me dispuse a contar algo más pero enseguida me arrepentí de
ello- Está, está…
Oí unas
risas al fondo de la clase. Me ruboricé. No podía esta pasándome esto. No a mí.
En aquel momento quería desaparecer.
-¡Eh,
callaos! ¿No veis que está intentando hablar?
La voz
procedía de una chica de pelo corto, rubio y rizado que estaba sentada sola en
el medio de la clase. Le lancé una mirada de agradecimiento y terminé mi frase:
-Esta en
Washington DC- la cara de asombre de la clase no tenía precio. Parecía como si
fuera un extraterrestre. Se hizo un silencio absoluto en la clase.
-Vaya
que interesante- dijo la profesora mirándome-. ¿Y por qué viniste a Londres a
vivir?
-Por la
muerte de mi padre.
Por si
quedaba algún sonido sordo del viento o de una mosca, mi última intervención
acabó con él. Intente contener las lágrimas. Nadie habló en unos instantes, ni
siquiera la profesora. Más tarde me dijo:
-Gracias
Catherine por tu aportación, puedes sentarte.
Me
dirigía a mi sitio cuando la chica rubia que había mandado callar a la clase me
paró y me susurró:
-¿Quieres
sentarte aquí?- sin pensármelo dos veces me senté. No sabía porque, simplemente
lo hice. Me miró a los ojos-. Por cierto, me llamo Mía.
Sonrió
débilmente, forcé una sonrisa pero no creo que lo hiciera muy bien.