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domingo, 27 de septiembre de 2015

Cruza capitulo 3



Capitulo 3
      Habían pasado unos diez días ya desde nuestra llegada a la casa. Y solo quedaban dos para irnos al internado. La idea no me hacía demasiada gracia, pero Alice también iba a ir, al igual que Max, lo que prácticamente me aseguraba que no estaría sola. Desde que llegamos Alice y yo no hemos hecho más que estar en las habitaciones hablando, en la piscina o en los jardines paseando y charlando. Alguna que otra vez jugábamos con Max a algún juego de mesa pero principalmente teníamos largas conversaciones, aunque nunca del internado ni de sus amigas.
                        El tío George se había mostrado muy amable conmigo durante mi estancia. Yo siempre le había tenido como un hombre de negocios demasiado ocupado como para dedicarle tiempo a nadie. Pero estaba equivocada. La tía Bárbara había estado mucho tiempo con mi madre, explicándole dónde estaba cada producto de la limpieza, la plancha, la lavadora y otras cosas útiles para el mantenimiento de la casa, porque resultaba que esa era solo su casa de vacaciones, en cuanto dejaran a sus hijos en el internado volverían a su mansión de ciudad y nos dejarían esta casa para nuestra familia.
                        Una vez, Alice me habló de que los fines de semana era opcional volver a casa y el lunes regresar al internado. Lo hablé con mi madre y me explicó que la casa estaba demasiado apartada del centro y que a los tíos no les hacía mucha gracia tener que cuidar de mí, además de que ya habían hecho demasiados favores por nosotros. Así que no insistí.
                        Y sin darnos cuenta llegó el día de partida.

                        Ya teníamos todo empaquetado y guardado. Teníamos que salir muy de mañana para llegar al colegio. Desde aquí el trayecto era largo. Ni mamá ni los tíos iban a acompañarnos a la entrada así que Alice estaba despidiéndose en el piso de abajo de sus padres. Yo ya iba a bajar la maleta, pero decidí revisar mi habitación una última vez. Abrí los cajones de la mesilla y un cilindro anaranjado rodó hasta chocar con una de las paredes. Lo cogí con delicadeza. Era las pastillas que me tomaba en Washington cuando iba al colegio, me dejaban atontada y así no me afectaban tanto las ofensas de las otras niñas. Antes de que esas pastillas aparecieran en mi vida lo pasaba fatal yendo al colegio. Dejé el bote donde estaba cerré el cajón con fuerza y me dije a mis misma que si necesitaba ayuda recurriría a mi prima nunca a las pastillas. Bajé maleta en mano y rápidamente me despedí de John y Margarita, que se quedarían allí con mamá y Julieta. Julieta. Corrí hacia ella la abracé con todas mis fuerzas. <<Acuérdate de mandar cartas a menudo>> me susurró. El tío George había llamado a un  chófer para que nos llevara y al parecer ya estaba en el coche esperándonos. Alice, Max y yo nos montamos en el coche y nos despedimos de nuestros familiares desde el interior.
                        Me entró una inseguridad terrible. Julieta no iba a estar para darme consejos y si me pasaba algo… ¿O si no les caía  bien? No podría escabullirme todo un trimestre.
                        Alice.
                        Ella sería mi salvavidas.
                       

                        El internado yacía imponente ante mí. Un gran cartel con el nombre Hakins colgaba de un arco de piedra que daba al colegio. Alice se mostraba muy alegre al ir entrando, no me extrañaba, ella tendría buenas amigas aquí y le haría ilusión verlas. Me fue indicando como llegar al edificio central, detalle a detalle, como solía hacer ella. El internado era majestuoso, mucho más que en las fotos. Cruzamos por un gran portón  de madera hacía una gran sala con el suelo de mármol.  En un tablón de anuncios, a un lado del gran recibidor, colgaban las listas que indicaban las personas que había en cada clase. Alice se puso a mirar las listas, en cambio yo no podía dejar de mirar al impresionante techo de la sala.
                        -Debe haber un error- dijo Alice muy preocupada.
                        -¿Cómo?- despegué mi mirada de la estancia y la fijé en las listas. Alice pasaba el dedo por los nombres al parecer muy concentrada.-¿Cuál es el error?
                        -Según estas listas- dijo mirándome-, nos ha tocado en distintas clases. En el mismo curso pero en distintas clases.
                        Un escalofrío me recorrió la espalda. Mi salvavidas acababa de hundirse. Me sentí fatal, la misma sensación que tenía cuando las niñas de Washington me acorralaban. Alice debió ver mi cara de desesperación porque rápidamente se apresuró a consolarme:
                        -Pero solo es para las clases, dormiremos juntas, con una amiga mía- Miró a su alrededor-. Deberíamos ir a la habitación ya, a dejar las maletas. ¡Eh, James!
                         Un chico de media altura con el pelo marrón se giró de inmediato. Al ver a Alice esbozó una sonrisa de oreja a oreja. Se acercó bastante rápido y abrazó a Alice. Cuando se separaron ella dijo:
                        -Cath, este es James uno de mis mejores amigos
                        -Y más listos- aseguró el- Alice esbozo media sonrisa.
                        -James esta es mi prima Catherine.
                        -Vaya, la legendaria prima de Alice- al parecer, sorprendido-. No sabes las maravillas que nos contaba Alice sobre ti.
                        Me ruboricé. Me metí un mecho de pelo detrás de la oreja y miré al suelo un instante. No pude evitar sonreír.
                        -¿Me harías un favor? Como a las nueve, ¿vendrías a enseñarle a Cath su clase? Le ha tocado en la tuya.
                        -Por supuesto- respondió con una sonrisa. Tenía pinta de ser un chico muy agradable- Bueno, os dejoque sigáis con vuestras cosas.
                        Y se fue.

                        La habitación era muy grande. Tenía tres camas individuales de madera. Unas cuantas estanterías y tres escritorios, (supongo que para hacer los deberes y estudiar), mesillas, tres cestas para la ropa sucia, un corcho grande y algunos detalles más.
                        -Esta va a ser nuestra habitación. Ahora está un poco sosa, pero Vanesa y yo guardamos complementos  en taquillas y traemos nuevos. En unos días esto parecerá mucho más acogedor.- me dijo con una sonrisa.
                        -¿Vanesa?
                        -Si es mi mejor amiga, la que va a dormir con nosotras. Otra cosa hay una tienda de decoraciones en el patio interior si quieres…
                        -Yo no tengo dinero- le conté preocupada.
                        - Claro, no está permitido- se rió como si mi comentario fuera un poco estúpido-, hay una especie de puntos con los que compras cosas, y para ganarlos o sacas buenas notas o participas en competiciones o ayuda en el comedor. Nadie suele ayudar, la gente los gana por las notas o el deporte. Bueno, con esos puntos “compras” decoración, dulces u otro tipo de comida de la cafetería, más postre a la hora de comer, o algunas otras cosas. Es un poco extraño.
                        Me quede estupefacta. ¿Cómo iba a ganar yo los puntos? No se me daba bien el deporte, y mis notas no eran excepcionales y si nadie ayudaba en el comedor no iba a hacerlo yo.
                        Se abrió la puerta. Apareció una chica muy guapa con el pelo liso y marrón, unos ojos castaños preciosos y una sonrisa  muy agradable. Nada más cruzar el umbral de la puerta me miró:
                        -¡Espera, espera, espera! Adivino- se echo las manos a la cabeza y dijo- Catherine- esbozó una gran sonrisa.
                        -Sí -dije débilmente.
                        -Alice nos habla mucho de ti. Dijo que eras guapa y veo que no se equivocaba- tras decir esto sonreí. Alice tenía amigos excepcionales. La chica pasó a saludar a Alice con un fuerte abrazo-. Por cierto, soy Vanesa.
                        -Encantada- dije. Me arrepentí de haberlo dicho. Había sonado a niña infantil e idiota. Hubo un momento de silencio. Alice y Vanesa se miraron.
                        -Hay que ir poniéndose los uniformes- miró el reloj de la habitación- James llegara en unos quince minutos.
                        Fue hasta el armario seguida de Vanesa. Yo me acerqué levemente, lo justo para ver lo que había en el interior. Tres montañitas de ropa doblada cuidadosamente. Alice fue repartiendo el uniforme, en cuanto Vanesa  tubo el suyo, se fue corriendo al cuarto de baño gritando “¡Yo primero!”. Examiné mi montón, y cuidadosamente fui sacando las prendas. El uniforme consistía en una falda lisa de color beige, una camisa blanca, una corbata a rayas diagonales  azules claras y oscuras, una torera pequeña de color azul oscuro, unos calcetines altos del mismo color que la chaquetita y unos zapatos negros.
                        Cuando llegó mi turno de cambio,  me puse el uniforme cuidadosamente, metí la camisa por dentro, la corbata recta, la chaqueta atada por los dos botones y otros detalles. No quería que el primer día tuvieran una mala impresión de mí. Cuando estuve lista salí.
                        -Vaya, el uniforme te queda muy bien- dijo Alice alegre-, incluso mejor que a mí.
                        Las tres soltamos una risa tonta y unos minutos después llegó James:
                        -¿Está lista ya la señorita?- dijo sarcásticamente metiendo medio cuerpo a través de la puerta. Cogí aire y con un gran "sí" me despedí de mi prima y su amiga y salimos al pasillo. James me observó durante un rato, como registrándome de pies a cabeza. Nos deslizamos por un pasillo bastante amplio hasta una puerta y entramos. Una pequeña clase con unas cuantas mesas y sillas una pequeña pizarra y algunas tizas tiradas por el suelo. James me indicó con la mano que entrara. Yo accedí obediente. Entonces se creó uno de esos momentos incómodos en que la persona a la que conoces se va a saludar a unos amigos y yo me quedé sola sin saber muy bien qué hacer. Gracias a Dios apareció la que yo supuse que era la profesora y nos pidió que nos sentáramos. Como las mesas estaban agrupadas por parejas, me senté en una que estaba vacía.
                        -Bueno antes de nada yo soy la profesora Jecklins- anunció- Y soy una de las secretarias pero como la profesora que está a cargo de vosotros no ha podido venir yo voy a introducir un poco a los nuevos. Por cierto… ¿Hay algún nuevo?
                        Al oír la palabra nuevo me puse nerviosa. La profesora fijó la vista en mi por encima del resto de la clase.
                        -¿Te apetece presentarte?- me sugirió. En el fondo no me apetecía nada pero no había escapatoria. Me dirigí al centro de la clase, al lado de la profesora y cuando todo el mundo me estaba mirando la profesora me indicó que hablara:
                        -Em… Bueno, mi nombre es Catherine- dije con el tono mas bajo y de vergüenza que podía haber utilizado-, y yo…
                        -¿De qué colegio vienes?- me preguntó de nuevo.
                        -Vengo del instituto  Morlon…- al ver la cara de extraño de los demás me dispuse a contar algo más pero enseguida me arrepentí de ello- Está, está…
                        Oí unas risas al fondo de la clase. Me ruboricé. No podía esta pasándome esto. No a mí. En aquel momento quería desaparecer.
                        -¡Eh, callaos! ¿No veis que está intentando hablar?
                        La voz procedía de una chica de pelo corto, rubio y rizado que estaba sentada sola en el medio de la clase. Le lancé una mirada de agradecimiento y terminé mi frase:
                        -Esta en Washington DC- la cara de asombre de la clase no tenía precio. Parecía como si fuera un extraterrestre. Se hizo un silencio absoluto en la clase.
                        -Vaya que interesante- dijo la profesora mirándome-. ¿Y por qué viniste a Londres a vivir?
                        -Por la muerte de mi padre.
                        Por si quedaba algún sonido sordo del viento o de una mosca, mi última intervención acabó con él. Intente contener las lágrimas. Nadie habló en unos instantes, ni siquiera la profesora. Más tarde me dijo:
                        -Gracias Catherine por tu aportación, puedes sentarte.
                        Me dirigía a mi sitio cuando la chica rubia que había mandado callar a la clase me paró y me susurró:
                        -¿Quieres sentarte aquí?- sin pensármelo dos veces me senté. No sabía porque, simplemente lo hice. Me miró a los ojos-. Por cierto, me llamo Mía.
                        Sonrió débilmente, forcé una sonrisa pero no creo que lo hiciera muy bien.

jueves, 3 de septiembre de 2015

Cruza capitulo 2



Capítulo 2
     
  Cuando me desperté mi madre seguía con el móvil pero esta vez estaba hablando por teléfono. Giré la cabeza desconcertada para mirar por la ventana. El sol brillaba mucho menos que cuando nos montamos en el avión. <<Nuestro vuelo salía a las diez - pensé-, a las doce más o menos Margarita y los demás habían empezado a comer y  mi madre me llamó, hablamos más de un cuarto de hora, así que yo me dormí como a la una y cuarto o y veinte>>
   -Mamá-la llamé. Ella me hizo una seña con la mano diciendo que esperara. Tras un momento dijo:
  -¿Qué quieres hija?
  -¿Qué hora es?
  -Las cinco y media- me respondió y volvió a coger el teléfono.
  No podía ser. No era posible. Contando con mi aproximación y con la hora que había marcado mi madre había estado dormida cuatro horas. ¡Cuatro horas! Se supone que íbamos a llegar como a las diez y media de la noche con la hora de Londres. Todavía quedaba la mitad del viaje.
  Observé un instante a mi madre. Prácticamente no había soltado el teléfono en todo el día. No sabía quién estaba al otro lado del teléfono pero sinceramente, me daba igual. Pero entonces me di cuenta. En un avión no hay cobertura, de modo que no se puede llamar.
Mi madre se había vuelo loca.
Se despegó el teléfono de la oreja y dijo al teléfono:
      -Ya lo sé. Pero, tienes que entender que no podemos hacer nada  para que el avión vaya más rápido. A y, tía Maggie, ¿puedes decirle Estefan que ya he hablado con Catherine?
      Yo la miré con una cara de asombro esperado una explicación de por qué hablaba por teléfono sin cobertura.
      -A mi móvil puedes hablarle y él te escribe- dijo como excusándose.
      -Ah- fue lo único que añadí. Un sonido salió del móvil de mi madre y ella se volvió a pegar este a la oreja. Miré por la ventanilla. Un mar de nubes blancas se extendía hasta donde mi vista alcanzaba a ver. De fondo, una manta azul que cubría todo por debajo de las nubes. Al final el sol daba al cielo un tono anaranjado.
      Oí un chasquido. Giré la cabeza. Julieta se había cambiado de sitio, estaba en unos asientos que se situaban detrás de los de John y Margarita. Y estaba sola. Me hizo un gesto indicándome que me acercara. Miré a mi madre, no parecía que le importara mucho que me fuera, así que acepté la invitación de Julieta.
      Me senté en frente de ella. Me miró muy atentamente. Casi examinándome.
      -¿Qué?- pregunté extrañada.
      -Has hablado con tu madre de lo del colegio- sonó más como una afirmación que una pregunta.
      -¿Lo sabes?- me sentí decepcionada, sorprendida y enfadada. Todo a la vez. Era un sentimiento muy extraño- ¿Desde cuándo? ¿Por qué no me lo contaste? Pensé que podía confiar en ti.
      Julieta ha sido desde siempre la persona más cercana a mí. Nunca ha habido una cosa que no nos contáramos. Pero, ¿por qué me ocultó algo tan gordo como esto?
      -No era mi intención. Ni si quiera debería haberme enterado. Yo pasé por el comedor, iba al salón. Cuando estaba a punto de cruzar el arco de la puerta de la cocina, oí a tu madre mencionar el nombre de tu tío, el de Londres- explicó-, así que me quedé en la pared escuchando la conversación. Cuando me enteré entré en el salón y le grité a tu madre. Le dije que estaba loca mandándote allí, que iba a ser un infierno para ti. Pero ella me pidió expresamente que no te contara nada porque nada estaba decidido. Pero en el fondo sabía que si.
      -¿Desde cuándo nos ha importado nada lo que dijera mi madre?- le contesté.
      -Bueno lo que yo quería saber es que le has dicho.
      -Al principio me negué, pero luego acabamos haciendo  trato: pruebo un trimestre y si no consigo amistades el resto del curso lo hago en casa. Pero con la condición de que si lo paso realmente mal me sacará inmediatamente.
      Julieta reflexionó sobre mi respuesta hacia la propuesta. Y después añadió:
      -Si así lo quieres, así será- dijo decidida. Sacó una libreta de debajo de la mesa, era azul turquesa, con el borde marrón oscuro, iba adornado con un lazo, que supuse que había puesto ella. Luego sacó otra libreta, pero más corta y alargada, esta tenía rayas (azul, blanco, rojo, blanco…) Las observé un momento y luego la miré a ella y me dijo-. He decidido hacerte un regalo para cuando estemos lejos que te acuerdes de mí. Este – me acercó la libreta azul turquesa-, es un diario y este otro es un librito con papeles para cartas. Tu medre me ha dicho que se pueden mandar. ¡A sí!- sacó un montón de sobres que estaban sujetos por una cuerda que los rodeaba a lo ancho- Los sobres. Casi se me olvidan.
      No sabía que decir. ¿Enserio había servicio de correo en el internado? Cada vez me gustaba más. Arrastré el diario hacia mí, con cuidado lo abrí. Las páginas eran de un color crema suave y tenía unas débiles líneas en marrón para escribir. Lo cerré y cogí la libreta de las cartas. Lo abrí. Eran cartas normales, con el típico borde de rayas azules y rojas, dividido en dos por una línea una parte para escribir el mensaje y la otra para poner la dirección y el sello.
      -Gracias- fue lo único que se me ocurrió. Me cambié de asiento para estar más cerca de ella y la abracé. La echaría de menos en el internado.
      A mí no me hacía nada de gracia lo del internado pero la recompensa era demasiado jugosa: yo siempre había querido estudiar en casa, sola, y estaba literalmente a un trimestre de conseguirlo. Creía poder aguantar un trimestre entero.
      -¿Qué hora es?- le pregunté a Julieta
      -Las seis y diez. Hay que ir diciéndole a margarita que pida la cena. ¿Vamos?-  me dijo y señaló la mesa donde estaban Margarita y John con un geste de cabeza. Me levanté, diario y libreta en mano y me dirigí a la mesa y me senté al lado de John.
      En media hora, tal vez algo más, hubimos terminado de cenar. Por megafonía nos dijeron que podíamos desplegar unos televisores del lateral del asiento y nos explicaron el funcionamiento y como usar los cascos para la película. Yo escogí una de amor, una película típica de instituto pero no estuve atenta a ella. Durante la película estuve pensando en Londres, en cómo sería la casa de mi tío, el internado u otras miles de dudas que tuve sobre mi próxima vida en Londres. Una de las preguntas en la que más me paré a pensar fue en si la gente sería igual que en Washington. Ojalá que no. Es decir, las chicas en Washington eran horribles y no me quiero ver rodeada de la misma gente.
      El reloj de la pantalla marcaba las nueve menos cuarto cuando terminé de ver la película. Guardé la pantalla y los cascos y miré a Margarita. Tenía una baraja de cartas en la mano, supuse que jugaba con John porque era al único de la mesa que le gustaba tanto el póker como a ella. Pero aun así pregunté:
      -¿A qué jugáis?
      -Al póker jovencita el juego de cartas más maravilloso que existe en el planeta- respondió Margarita con entusiasmo.
      -Deja de decir estupideces y juega- le dijo John impaciente.
      -Vale, vale. Relájate un poco, John.



      Pasaron las últimas horas del viaje entre risas, cartas y estupideces varias de Margarita. Hasta que a las diez y media se ejecutó el aterrizaje. Me abroché el cinturón de seguridad y el avión bajó hasta la pista. Cuando hubo parado abrieron la puerta del avión, la gente fue bajando tranquilamente, indiferentes e inexpresivos. Pero yo no. A la hora de bajar me paré y miré al frente.
      El cielo de un azul oscuro intenso, con pequeñas chispas e luz que lo adornaban y de vez en cuando alguna nube gris cruzaba el cielo. Un edificio se alzaba al final de la pista, a donde las masas parecían dirigirse. Las escaleras yacían imponentes bajo mis pies, de algún modo no paraba de pesar que si no bajaba tendría una última oportunidad de volver a mi vida anterior. Me agarré fuertemente a las barandillas. No. No quería bajar. Julieta posó su mano sobre mi hombro, se acercó un poco a mí oreja y me dijo:
      -Sé fuerte pequeña.
      Esas tres palabras me transmitieron esa sensación tan extraña que tenía cuando estaba con mi padre: Superar seguir adelante con una sonrisa como él siempre hacía. Miré al frente. Con decisión bajé las escaleras, una vez abajo busqué a mi madre y, asegurándome de que Julieta andaba detrás de mí, me dirigí al edificio en busca de mi maleta.
      Llegamos enseguida al edificio. Julieta, John y yo esperamos a que llegaran las maletas y mi madre atendió el teléfono como siempre hacía. Tras unos minutos llegaron nuestras pertenencias, John me ayudó a coger la mía y también cogió la de mi madre que estaba demasiado ocupada con el teléfono como para darse cuenta de que había traído una. Y estábamos listos para salir, mi madre había llamado un taxi al que estábamos esperando ya en la calle. En un momento dado miré hacia atrás, vi como el avión despegaba de vuelta a Washington. Aparté los pensamientos negativos de mi mente y me hice un juramento a mi misma: No volveré a pensar en mi casa, tendré la mente abierta a las cosas nuevas y siempre con una sonrisa como solía decir mi padre.
      El viaje fue mucho más largo de lo que me esperaba. La dirección que le habían dado a mi madre procedía de una calle al borde de la ciudad, dónde todos esperábamos que se situara la casa. Pero para nuestra sorpresa, otro coche mandado por mi tío yacía aparcado a un lado de la carretera esperando nuestra llegada. Mi madre pagó y le dio las gracias al taxista y entre todos cargamos y descargamos las maletas de un coche a otro. Desde ese punto el viaje fue muy largo. Pasamos por montones de campos de cultivo, granjas e incluso algún que otro bosque, lo que llevó a deducir que la casa de mi tío estaba a las afueras, no en el centro como había supuesto.

      Tras un largo rato de viaje, tomamos una desviación que nos llevó directamente a una majestuosa mansión de campo. Tenía un aspecto rural, pero a la vez mucha elegancia, y un aire a mucha riqueza y superioridad. Un inmenso jardín rodeaba la casa, lleno de árboles arbustos y diferentes flores pulcramente colocados. Una barbacoa y una gran mesa con sombrillas a un lado y al otro una gran piscina. Para acceder a la casa  había que sortear una pequeña rotonda, también adornada con flores. En las escaleras de la entrada nos esperaban el tío George, la tía Bárbara, el primo Max, la prima Alice y algunas personas encargadas del mantenimiento de la casa y la familia. Todos nos miraban con una gran sonrisa . Todos, menos el tío George, que tenía cara de andar buscando algo en el interior de nuestro coche.
      En cuanto salí del coche prima Alice corrió a darme un abrazo. Obviamente se lo devolví. Alice era de mi edad, con su pelo de color miel claro casi rubio, sus ojos azules, su delicada piel pálida, su voz, todo de ella me hacía sentirme en casa, aunque nunca hubiera visto esta casa concretamente. Después de ella Max. También me abrazó. Alice y yo teníamos quince años y Max tenía diez, y a pesar de nuestra diferencia de edades nos llevábamos bastante bien. Bueno, a decir verdad Max y Alice peleaban de vez en cuando. La tía Bárbara se acerco a mi madre y más tarde a mí. Entre todos los empleados sacaron las maletas y las metieron dentro. Subimos las escaleras y entonces me pasó una cosa extrañísima.
      El tío George me puso la mano en el hombro y me dijo:
      -Me alegro mucho de que estés aquí.
      Y luego añadió mentalmente: << Sé que eres especial, pero confía en mí todo saldrá bien>> .Sabía que era imposible, pero había oído su voz en mi cabeza. Me dedicó una sonrisa, se metió dentro de la casa y desapareció.